Hoy 15 de Octubre conmemoramos en nuestra amada Iglesia la inabarcable figura de Santa Teresa de Jesús, consagrada, reformadora, escritora mística, doctora de la Iglesia… una de las figuras más importantes de la historia de la Iglesia que peregrina en España. De entre sus muchas virtudes, me gustaría destacar dos la fidelidad y la audacia.

Fidelidad y perseverancia ante lo que Dios le pedía, que nunca fue cosa sencilla. Fidelidad en los largo años de sequedad espiritual, me impresiona como el hastío espiritual de aquellos años se convirtió en la fuente que mana y corre, y transforma, no sólo la vida Teresa, sino la del Carmelo. En nuestra sociedad de la eficiencia y de la inmediatez el ejemplo de Teresa de Jesús es todo un aldabonazo ante nuestras inconsistencias y un testimonio sin tacha de aquella promesa de Jesús mismo en quién los débiles son capaces de todo. Y es que Teresa fue verdaderamente de Jesús, su corazón, traspasado de amor, sólo a él le pertenecía y en esa vinculación sin sombras se entienden algunas de sus poesías en las que «muere porque no muere» o las que se entrega a su Soberana Majestad sin reservas.

Y junto a la fidelidad la audacia, Teresa fue una mujer fuerte y audaz, capaz de romper con las convenciones de su tiempo, que rompe con los estereotipos de su época y de la nuestra, que recorrió los caminos infatigable llevando la reforma de acá para allá, que no cedió a las presiones y dificultades que le crearon los «prudentes» que tachaban de visionaria o embustera. Una audacia que le permitió ser libre y sincera, que le llevó a descubrir la verdadera mística, la de la vida cotidiana, pues entre los pucheros también anda el Señor y a la vez conocer y desentrañar los secretos del alma humana y su relación con Dios recorriendo el castillo interior.

Santa Teresa se convierte hoy en un desafío para el creyente, en una invitación apremiante, en un grito poderoso en medio de tanto desconcierto, en medio de tanta incertidumbre, la fe inquebrantable de Teresa nos ayuda a elevar a su Soberana Majestad una pregunta, una súplica ¿qué mandáis hacer de mi? porque en este futuro compartido con el Señor nos vemos liberados y orientado a nuestra verdadera patria: el cielo.