Comentario Pastoral

LA VIGILIA DE LA SENSATEZ Y EL SUEÑO DE LA NECEDAD

Según el uso matrimonial palestinense, en el último día de los festejos antecedentes, a la puesta del sol, el novio era llevado por sus amigos a la residencia de la desposada, que le esperaba vestida de juventud y virginidad. El grupo de las «doncellas» estaba pendiente de oír los primeros ecos de las voces en la lejanía y de que brillasen las luces rosadas del cortejo del esposo para salir al encuentro. Mas un extraño y largo retraso puede provocar que el sueño aflore y que el nerviosismo y la preocupación impidan la previsión del aceite necesario para alimentar la lámpara.

Todo lo antecedente es necesario conocerlo para poder entender la parábola que hoy se lee en la misa de este domingo trigésimo segundo del tiempo ordinario. La parábola de las doncellas necias y sensatas es muy elocuente y está cargada de simbolismos, que merece la pena analizar.

Mantenerse en estado de vigilia es signo de prontitud, de tensión serena, de amor eficaz, de inteligencia y sensatez, Por el contrario, el sueño hace referencia a la torpeza espiritual, a la indiferencia, a la falta de la conveniente actitud. La antítesis «sueño vigilia» tiene como atmósfera de fondo el símbolo de la «noche», momento de prueba y de espera del alba, y el símbolo de la “luz», signo de vida y de alegría por el encuentro del esposo.

El aceite es signo de la cordial hospitalidad oriental, de la alegría y de la intimidad, del mesianismo y de la consagración sagrada.

La sensatez, y la necedad es la antítesis que resume y desarrolla toda la teología sapiencial, reflejada con vivacidad en la colección de reflexiones que contiene el libro de los Proverbios.

La virginidad es muestra de donación, de cercanía a las bodas, de madurez humana y religiosa.

El retraso del esposo es una invitación a escrutar los signos misteriosos de la lógica de Dios, para que vivamos siempre en el día de bodas y en la expectativa de lo inminente de la salvación total.

La puerta cerrada es una pequeña parábola que tiene su mejor interpretación en la gélica respuesta «no os conozco». Detrás de ella se celebra el banquete nupcial de la salvación mesiánica ofrecida a los sensatos vigilantes.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Sabiduría 6, 12-16 Sal 62, 2. 3-4. 5-6. 7-8
San Pablo a los Tesalonicenses 4, 13-18 San Mateo 25, 1-13

 

de la Palabra a la Vida

En el evangelio de Mateo las parábolas tienen un primer significado crucial, que asume hoy la liturgia de la Palabra, al hacer referencia para Jesús al fin de los tiempos, a la llegada definitiva del Reino de Dios y sus consecuencias. El ciclo de parábolas que hoy comenzamos nos enseña cómo la vida cristiana, el seguimiento y la escucha del Maestro, para ser verdadera fe, requieren tener una mirada al final, a lo que sucederá cuando el Señor vuelva en gloria, como confesamos en el Credo.

En las parábolas, lo inesperado es imagen de la catástrofe que sobreviene de repente. El esposo que aparece en la noche, mientras las diez vírgenes duermen, representa una gran crisis que va a suponer una separación, un discernimiento. Algunas de ellas, que se han preparado, pasarán a un feliz evento. Por el contrario, otras quedarán fuera por no haber realizado con atención la preparación necesaria. Los primeros discípulos no tenían fácil realizar esta identificación de Cristo con el esposo Mesías, para ellos Cristo les ha narrado una boda real, les ha explicado el cortejo y la liturgia para llamarles a la vigilancia, aunque veladamente haya hecho por identificarse con ese esposo. En un principio era mucho más fácil interpretar la parábola como una comparación entre el Israel que no se ha preparado para la venida del esposo, del Mesías esperado, y los pueblos gentiles que lo han reconocido y acogido.

Sin embargo, para la Iglesia primitiva, la aparición del esposo era imagen de la llegada de Cristo que tenía que producirse en la parusía. Su segunda venida sería el momento de la gran crisis. De ahí que esta parábola contenga una enseñanza muy importante acerca de la necesidad de prepararse para la venida escatológica del Señor. De hecho, todas las vírgenes de la parábola duermen cuando aparece el Señor, pero algunas se han preparado para ese momento comprando el aceite necesario. El alma sedienta de Dios no se cansa de esperar, al contrario, madruga cada día, como la sabiduría madruga en la primera lectura, ansiosa por encontrar el agua que calma su sed y que hace que la persona viva pendiente de las verdaderas preocupaciones, libre de otras preocupaciones más vanas. Para los primeros cristianos la aurora, luz que precede a la aparición del sol, le servía para advertir de la llegada de Cristo, inmediata, decisiva, reveladora de la totalidad de la salvación y de la felicidad.

Esta es la actitud que el cristiano tiene que aprender: No vale acomodarse, no vale dejarse llevar por lo que los otros hagan o dejen de hacer, lo que es fundamental es tener la inteligencia de dejarse conmover por el deseo del alma, que siempre busca a Dios, de una forma o de otra. ¿Experimento en mí el deseo de Dios? ¿Es un deseo vivo, esperanzado, animoso? La parábola de hoy nos invita también a reflexionar sobre aquellos aspectos de la vida en los cuales nos hemos acomodado, hemos perdido el amor primero que nos mantiene ardientes para obrar y deseosos de encontrar al Señor, aunque sea esto lo que nuestra vida necesita.

Las parábolas sobre el fin de los tiempos nos son propuestas ante la cercanía del fin del año litúrgico. Cada tiempo que llega a su fin nos acerca al fin definitivo: el momento de la separación. Los cristianos somos aquellos que nos debemos distinguir por no habernos dormido en el alma según el mundo, «tan callando», sino que permanecemos con el alma bien despierta, ansiosa por la llegada de Cristo que nos ilumine de verdad acerca del misterio de la vida.

Participar en la celebración de la Iglesia es una forma de tener en cuenta la promesa del Señor, pues no celebramos hasta cansarnos, sino «hasta que vuelvas»: celebrar es querer estar en vela. La belleza de vigilar cada día se expresa así, en que no hacemos sólo pensando en el día de hoy, sino sembrando con nuestra prudencia y sabiduría para ser invitados a entrar en la divina casa el día de mañana.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

Allí donde sea posible celebrarán comunitariamente y en la iglesia las Horas principales también
las otras asambleas de fieles, que «en cierto modo representarán la Iglesia y visible constituida por todo el orbe de la tierra». Entre ellas ocupan lugar eminente las parroquias, que son como células de la diócesis constituidas localmente bajo un pastor que hace las veces del obispo.

Por tanto cuando los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la Iglesia que celebra el misterio de Cristo.

A los que han recibido el orden sagrado o están provistos de un peculiar mandato canónico, les incumbe convocar a la comunidad y dirigir su oración: «procuren que todos los que están bajo su cuidado vivan unánimes en la oración». Cuiden, por tanto, de invitar a los fieles y de proporcionarles la debida catequesis para la celebración común de las partes principales de la Liturgia de las Horas, sobre todo en los domingos y fiestas. Enséñenles a participar sacando motivos de auténtica oración, de forma que logren orar de verdad en la celebración y encáucenlos mediante una instrucción apropiada hacia la inteligencia cristiana de los salmos, a fin de que gradualmente lleguen a gustar mejor y a hacer más amplio uso de la oración de la Iglesia.


(Ordenación General de la Liturgia de las Horas, 21-23)

 

Para la Semana

Lunes 9:
Nuestra Señora de la Almudena. Solemnidad.

Zc 2,14-17. Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo.

Sal: Jdt 13.18.19. Tú eres el orgullo de nuestra raza.

Ap 21,3-5a. Vi la nueva Jerusalén, arreglada como una novia que se adorna para su esposo.
Jn 19,25-27. Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre
Martes 10:
San León Magno, papa y doctor de la Iglesia. Memoria.

Tit 2, 1-8. 11-14. Llevemos una vida piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la
manifestación del Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.

Sal 36. El Señor es quien salva a los justos.

Lc 17, 7-10. Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer.
Miércoles 11:
San Martín de Tours, obispo. Memoria.

Tit 3, 1-7. Andábamos por el camino equivocado, pero según su gran misericordia
nos salvó.

Sal 22. El Señor es mi pastor, nada me falta.

Lc 17, 11-19. ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?
Jueves 12:
San Josafat, obispo y mártir. Memoria

Flm 7-20. Recíbelo, no como esclavo, sino como hermano querido.

Sal 145. Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob.

Lc 17,20-25. El reino de Dios está dentro de vosotros.
Viernes 13:
2Jn 4-9. Quien permanece en la doctrina posee al Padre y al Hijo.

Sal 118. Dichoso el que camina en la voluntad del Señor.

Lc 17,26-37. El día que se manifieste el Hijo del hombre
Sábado 14:
3Jn 5-8. Debemos sostener a los hermanos, cooperando así en la propagación de la verdad.

Sal 111. Dichoso quien teme al Señor.

Lc 18,1-8. Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan.