Me parece impresionante cómo comienza la primera lectura de hoy. Menuda audacia la de San Pablo para atreverse a decir a los filiipenses que fueran imitadores suyos y se fijasen en lo que andaban según el modelo que tenían en él.

Si todos los cristianos nos atreviéramos a decir estas palabras porque a su vez estas palabras expresarán la realidad de lo que vivimos, entonces nuestra iglesia sería distinta. Sería mejor. Se trata de vivir no tanto buscando referencias que imitar  sino más bien convirtiéndonos en referencia para los otros que puedan venir por detrás. Se refiere expresamente a vivir como amantes de la cruz, es decir como quien no tiene miedo a gastarse y desgastase por amor hasta la muerte, sabiendo que estamos de paso en este mundo hacia nuestra morada definitiva en el cielo. Y que este cuerpo humilde débil que se va estropeando poco a poco será un día transformado y se convertirá un día en cuerpo glorioso, como glorioso es el cuerpo de Jesús resucitado. El que conoce esta esperanza no se guarda a sí mismo para su propia perdición sino que se entrega a sí mismo y se mantiene así en esa actitud de donación hasta el final. Esto significa imitar a Jesús el siervo de Dios que no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos. Lo contrario es vivir como enemigos de la cruz.

Solo con considerar esta posibilidad, Pablo, el duro apóstol curtido en mil batallas no puede evitar echarse a llorar. Como buen pastor que es de su rebaño no puede dejar de entristecerse viendo que muchos cristianos en vez de ser servidores de Cristo y de la Iglesia viven para sí mismos y sus apetitos. Dice literalmente: «su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; solo aspiran a cosas terrenas».

Como ejemplo de a qué se refiere el apóstol viene en nuestro auxilio el evangelio de hoy en el que Jesús cuenta una parábola a sus discípulos cuyo protagonista es un siervo inicuo, un administrador infiel, lo que se podría llamar un «administriador». Es ese que sin ser dueño, propietario legítimo, de unos bienes se atreve no solo a disfrutarlos sino hasta derrocharlos. Es la imagen de aquel que habiendo recibido muchos talentos de manos de su señor se apropia de lo que no es suyo y por tanto finalmente lo pierde todo. Esto pasa cuando Dios le concede a uno una bendición, unos dones, unas capacidades con el deseo de que los haga fecundos y por tanto los multiplique en beneficio de todos, pero esa persona se aprovecha de la situación para enriquecerse injustamente. Ese es el primer paso de la corrupción. Normalmente no se empieza por grandes desfalcos sino que se empieza de una manera discreta, pero poco a poco y con la costumbre cada vez se atreve uno a malversar los bienes ajenos más y mejor que antes.

Después de enriquecerse uno injustamente, el siguiente escalón es dejarse llevar uno por la vanidad y creerse más importante y mejor que los que tienen menos. La riqueza no solamente da en ese sentido seguridad material y posibilidad de una vida regalada, sino que además ofrece una imagen falsa de superioridad, uno llega a creerse algo, que es alguien muy importante.

El tercer escalón que pisa este siervo que utiliza su condición para trepar y enaltecerse a sí mismo, es el orgullo, la soberbia de creerse autosuficiente, en realidad sentir que es un dios para sí mismo. En la parábola cuando este administrador es descubierto, inmediatamente se queda sin trabajo. Pero su astucia le lleva a saber granjearse un futuro con engaños y con astucia delicada. Jesús alaba la astucia de los hombres que rechazan a Dios precisamente para ponerla en contraste con la poca astucia de los hombres que queremos servirle. Porque así como los hijos de este mundo saben adecuar los medios al fin que persiguen; los hijos de Dios, sus servidores, aun sabiendo el fin que perseguimos no somos capaces de seleccionar y ordenar los medios que nos conducen a tal fin. Por eso Jesús con esta parábola no alaba la actitud inmoral del administrador ladrón, vanidoso e insensato sino que alaba su capacidad de reacción ante la amenaza, su astucia para reinventarse, su diligencia para conseguir sus fines. Jesús se lamenta de que nosotros no tengamos por el contrario esa misma astucia para el negocio o empresa más importante de nuestra vida que es llegar al cielo.