La invitación es clara. Velad porque no sabes ni el día ni la hora.

En este año en que hemos visto como familiares y amigos nuestros, de la noche a la mañana, se veían hospitalizados con un cuadro clínico de mucha gravedad, entendemos perfectamente la verdad que contiene esta expresión. Es cierto que Jesús cuando nos propone estas parábolas que recoge san Mateo en el capítulo 25, se está refiriendo al final de la historia, lo que nosotros creyentes llamamos su venida definitiva. Cuando Cristo, el esposo, llegue y la Iglesia, su esposa, que le esperaba vigilante y en oración entre y participe por fin plenamente del banquete de las bodas.

Pero también es cierto que Jesús pronuncia estas parábolas unos años antes de que suceda la ruina de Jerusalén. Jesús había llorado al contemplar a la ciudad santa y constatar una y otra vez la dureza de corazón de aquellos que le rechazaban, la incapacidad de acogerse a su misericordia. Y había anunciado su ruina definitiva: “de esto que veis, no quedará piedra sobre piedra”; algo que sucedió unas pocas décadas después. Por eso Jesús despierta, llama, casi me atrevería decir suplica a quienes le escuchan que no se duerman, sino que estén preparados para lo que ha de venir

Quizá esta sea la actitud más común y preocupante a nuestro alrededor, una especie de incapacidad para reaccionar ante las cosas que suceden, una cierta anestesia que si bien algo de dolor evita no deja de tener un cierto efecto somnífero y por tanto alienante. Hoy, el Señor nos quiere alertar y despertar para que los acontecimientos venideros no nos sorprendan, sino que estemos preparados. ¿Y si despertamos cuando ya es tarde? Igual que sucedió con Jerusalén, y ocurrió también en el norte de África con los cristianos, puede que pase algo así aquí y ahora en nuestro tiempo. De hecho, es evidente que algunos signos muy evidentes y preocupantes podemos descubrir sin demasiado esfuerzo.

La parábola se ambienta en un acontecimiento muy conocido de la vida ordinaria: unas bodas. Las diez vírgenes que forman parte de la comitiva nupcial, dado que el esposo se retrasaba, se quedaron completamente dormidas, les venció el sueño. Hasta ahí todo es más o menos razonable. Y es que a veces los padres de los novios tardaban mucho tiempo en ponerse de acuerdo respecto de la dote y otras circunstancias relativas al matrimonio de sus hijos. Por fin, cuando el esposo llega se escucha este grito que las despierta: “llega el esposo salir a recibirlo”. De las diez vírgenes solo cinco tenían aceite en su lámpara, solo cinco habían sido previsoras, solo cinco iban a poder atravesar con su antorcha encendida la oscuridad de la noche. Es esta una clara alusión al juicio que sobreviene al sueño de la muerte. De hecho, ya en la segunda lectura, el apóstol San Pablo nos advierte de esta diferencia radical que se da entre creyentes y no creyentes. “No quiero que lloréis como hombres sin esperanza – dice el apóstol – pues sí creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Así los creyentes que tienen la verdadera esperanza de entrar con Cristo, el esposo, en la fiesta del Reino de Dios, viven cada día atesorando estas gotas de aceite que van llenando sus alcuzas. Este aceite que no se puede comprar porque es imagen del amor. Ni se compra ni se vende. No se puede pagar con dinero ni conseguir con prisas. El amor se recibe como un don, se conserva como un tesoro y se entrega cuando se practica en las obras de misericordia, corporales y espirituales.

La verdadera sabiduría de la que se habla en la primera lectura de hoy consiste en vivir de tal manera que nuestra vida esté repleta de estas obras del amor. Para nosotros los creyentes consiste en reconocer este amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo y que ahora reclama permanentemente que nosotros seamos transformados en ofrenda para un día gozar juntamente con los elegidos de Dios. Así nos preparamos para ese encuentro definitivo; para entrar en la fiesta. Por eso nos despertamos, para que no sea demasiado tarde.