Cristo alude a la interpretación de signos —los explicó ayer en el evangelio— para indicar que viene el fin del mundo. Quiero aprovechar esta afirmación del Señor para comentar algo que creo muy necesario hoy día. Él es el Profeta, quien tiene la plenitud del Espíritu Santo y cuyas palabras, además de cumplirse, son para nosotros espíritu y vida.

El don de la profecía supone siempre una acción divina del Espíritu Santo, que mueve a una persona en sus facultades para pronunciar o señalar hechos por venir. Dichas profecías tienen siempre un contenido salvífico, en orden al bien sobrenatural que persiguen. Esto lo contemplamos de un modo pleno en toda la obra de Cristo, cuyas palabras, contrastadas con las obras que realizó, se han convertido en nuestro lugar definitivo de “contacto” con la divinidad. Nuestra ida y vuelta a Dios y al mundo espiritual tiene en Cristo su puerta santa.

En el Antiguo Testamento encontramos infinidad de relatos sobre los verdaderos y falsos profetas, un quebradero de cabeza no siempre fácil de discernir. De hecho, los auténticos profetas son rechazados o asesinados en innumerables ocasiones por maquinaciones de los falsos profetas y adivinos. A Cristo no le llevaron al patíbulo los falsos profetas, desde luego, pero sufre el martirio más salvífico a manos de los descendientes. Muere por ser el Profeta, el Verbo encarnado; muere por dar testimonio de la Verdad.

La revelación del futuro, que Dios hace a través de la profecía, nunca pretende responder a la curiosidad que tenemos por conocerlo. ¡Tantas veces imaginamos nuestro futuro que podemos caer en la tentación de pensar que se puede conocer!

La falsa profecía se trata de un engaño, fácil de llevar a cabo con gente sin escrúpulos y dotes de comunicación, que pretende saciar la curiosidad de la gente sobre el futuro o, peor aún, salvar situaciones de sufrimiento o desesperanza de las que se desea salir. Pero atención: ese engaño consistiría en una supuesta adivinación, que brota de una fuente bien distinta del Espíritu Santo. Te recomiendo que leas los puntos 2115-2117 del Catecismo. Son realmente clarificadores.

Te adelanto la conclusión: un cristiano que juega con las adivinaciones hace que el Señor se rebaje sólo a un señor entre otros señores, y que Dios se convierta en dios entre otros dioses.

ADIVINACIÓN Y MAGIA
2115   Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto. Sin embargo, la imprevisión puede constituir una falta de responsabilidad.
2116   Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a “mediums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.
2117   Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo —aunque sea para procurar la salud—, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo.