¡Feliz año nuevo! Pistoletazo de salida a los 365 días que tenemos por delante para afianzar nuestra fe, acrecentar la esperanza y vivir más hondamente la caridad, camino de la eternidad que nos espera, siendo fieles al Señor y viviendo en comunión con nuestros hermanos de viaje, con los que formamos la Iglesia de Cristo.

Adviento se resume con los dedos de una mano, cinco características:

  • Un color: el morado (bueno, añadiendo un rosa el tercer domingo de adviento).
  • Dos tiempos: Antes del 17 y después del 17, en que comienza la octava de preparación de Navidad, con misas de feria propias.
  • Tres venidas de Cristo: la encarnación en Nazaret; la venida que se produce oculta en el sacramento de la eucaristía y el don de la gracia; la venida gloriosa al final de los tiempos.
  • Cuatro domingos: los recordamos con la bella corona de adviento.
  • Cinco grandes personajes: dos profetas, Isaías y Juan el Bautista; un arcángel, Gabriel; y los padres de Jesús: María y José.

Arrancamos nuevo ciclo de lecturas. Ya sabéis que hay tres ciclos: A, B y C, que afectan a los domingos y a las grandes solemnidades. Este año litúrgico es el B.

En adviento recordamos la necesidad que tenemos de salvación: “Todos éramos impuros, nuestra justicia era un vestido manchado; todos nos marchitábamos como hojas, nuestras culpas nos arrebataban como el viento”. Sólo una conciencia clara del pecado puede iluminar nuestra necesidad de un salvador. El pueblo de Israel lo va a suplicar, en boca del profeta Isaías, con una gran idea constante de fondo: «Señor, no te acuerdes de quiénes somos nosotros, acuérdate de quién eres tú». Lejos de un chantaje emocional, se trata de un gran acto de humildad que brota del corazón tocado por la experiencia del mal y que se agarra al Señor: “Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre desde siempre es «nuestro Libertador»”. El salmo abunda en esta misma petición de liberación: “¡Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve!”

“¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!”, grita Isaías poniendo voz al pueblo. Y continua con una profecía de la encarnación: «Descendiste, y las montañas se estremecieron».

Conciencia de pecado, necesidad de libertador y estremecimiento por las obras divinas. Ya son tres aspectos importantes a tener en cuenta. Añadimos un cuarto aspecto que aparece en la epístola y el evangelio: “¡Velad!”. El mandato de Cristo san Pablo lo explica de otro modo: “Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor”.

Deseo que este año venga cargado de gracia y bendición, con una vacuna universal no sólo para el dichoso coronavirus, que bastante daño ha causado ya, sino para el otro virus que nos acompañará hasta el fin del mundo como la peor de las plagas: el pecado de orgullo de no necesitar al Salvador.

¡Feliz año nuevo!