MARTES 1 DICIEMBRE DE 2020: Mirar como Jesús, como Jesús que cura

(PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO, CICLO B)

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,21-24):

En aquella hora Jesús se lleno de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:

“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.

Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:

“¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron”.

Mirar como Jesús, como Jesús que cura

Decía Ortega y Gasset que un hombre sabio y culto no es un hombre que sabe muchas cosas, sino que sabe cuál es -esa era su definición de cultura- su tabla de salvación cuando, como naufrago, encalla la barca de sus seguridades vitales. Saber muchas cosas inconexas, no constituye nunca una tabla de salvación, es decir, una capacidad de mirar la realidad propia y circundante (“yo y mis circunstancias”) como para poder encontrar sentido y valor para no dejarse arrastrar por la tormenta y ahogarse en el mar del drama de la vida.

Aunque ahora estén en crisis, en esta sociedad líquida postmoderna, las cosmovisiones pretender ser esa tabla de la que hablaba Ortega. Pero la realidad es que tampoco todas las cosmovisiones sirven, y menos las que pretenden ser tales cuando en realidad son meras ideologías.

Fe y razón, ambos dones de Dios, pueden sostener una cosmovisión verdadera, y pueden por tanto ser una tabla de salvación. Pero tienen que ser una fe y una razón forjadas en una profunda experiencia de Dios, una fe con los pies en la realidad y en la racionalidad, pero con esas alas que sólo el Espíritu Santo es capaz de dar. Una fe que nos lleve, como decía San Agustín, a poder mirar con la pupila de los ojos de Dios. O al menos, con una mirada lo más parecida posible a la de la pupila de los ojos de Dios.

Cuando Jesús nos dice que Dios Padre ha escondido su sabiduría a los sabios y entendidos, sin duda nos está señalando a todos nosotros en tanto en cuanto confundamos nuestros saberes y entendimientos con la tabla de la salvación a la que agarrarnos cuando la barca de nuestra vida cae a pique y corremos el peligro de hundirnos. Cuando nuestras heridas, sobre todo las heridas del alma, no cicatrizan. Cuando nos ahogamos en nuestra propia ceguera. Queremos salir a flote, pero nos ahogamos. Acudimos a la ciencia, a la enciclopedia, o a Wikipedia, o al archivo mental de nuestras ideas y convicciones, y aún así nos ahogamos.

Y cuando Jesús nos dice que Dios Padre ha revelado estas cosas a los pequeños, sin duda nos esta señalando a todos en tanto en cuanto nos rindamos ante Él, y le supliquemos el don de la sabiduría y del entendimiento verdaderos, y por obra y gracia del Espíritu Santo estos dos dones suyos iluminen nuestra vida. Y podamos entonces mendigar la pupila de los ojos de Dios, y ver la historia de nuestra vida y de nuestro mundo como historia de salvación, y descubrir como bajo la apariencia de las cosas se encuentra el sentido de las cosas, y ver que todo tiene su origen, su sentido, su razón y su fin en Dios. Y que aunque todo parezca que esta mal, todo esta bien.

Entonces, como decía San John Henri Newman cuando aún era un adolescente, poder afirmar con aplomo: “sólo se de dos seres absoluta y luminosamente evidentes: yo y mi Creador”. Y en ese pensamiento esencial, abrazar al Creador como la tabla de mi salvación, y a mi señor Jesús como el único médico capaz de curar mi cuerpo, mi mente y mi alma, y no sucumbir en los naufragios de mi existencia.