VIERNES 4 DICIEMBRE DE 2020: Creer en el poder de Jesús, de Jesús que cura

(PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO, CICLO B)

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,27-31):

En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando:

“Ten compasión de nosotros, hijo de David”.

Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo:

“¿Creéis que puedo hacerlo?”.

Contestaron:

“Sí, Señor”.

Entonces les tocó los ojos, diciendo:

“Que os suceda conforme a vuestra fe”.

Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente:

“¡Cuidado con que lo sepa alguien!”.

Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.

Creer en el poder de Jesús, de Jesús que cura

Lo reconozcamos o no, tendemos a medir a las personas, y con ello a respetarlas más o a respetarlas menos, según el poder que tengan. En la mayoría de los casos según los criterios del poder de este mundo, el poder de previsión, de control, de manejo de los hilos visibles u ocultos, lícitos o ilícitos, de las relaciones humanas, sociales, culturales, económicas o políticas, o simple y llanamente el poder de la imposición.

Pero en algunas ocasiones, raras ocasiones, descubrimos otro tipo de poder completamente distinto, e incluso contrario al anterior. Es el poder que ejerce el rostro de una humanidad positiva, una mirada verdadera, el hálito de bondad o la ráfaga de belleza que alguien nos brinda. Es un poder seductor, pero no embaucador o manipulador. Es un poder que nos transciende. Es algo parecido a lo que el filósofo Xabier Zubiri llamaba “el poder de lo real”. Es un poder enormemente paradójico porque no se apoya en la fortaleza de las armas, en el miedo o en la trampa, en la extorsión o en la malicia, sino en la debilidad de la compasión, del amor, de la ternura. Es el poder incoado en la obra creadora que toda creatura retiene en el fondo de su composición genética, es el poder escondido en el corazón de todos los hombres, creados a imagen y semejanza de su Creador.

Pero es sobre todo el poder de Jesús, aquel poder de su mirada capaz de atraer a aquellos rudos pescadores que dejaron las redes de su normalizada vida para aventurarse en su seguimiento. Es el poder que se pone a prueba en el relato del encuentro de Jesús con aquellos dos ciegos que no disimularon su pobreza desesperada, su búsqueda de curación y de dignidad, de plenitud en la vida, expresada en aquel grito sincero que todos deberíamos decir, como el protagonista del Peregrino Ruso, hasta la saciedad día y noche: “Ten compasión de nosotros, hijo de David”.

Es el poder de Jesús que sólo Él puede comprobar cuando les pregunta: “¿creéis que puedo hacerlo?”, es decir, “¿creéis que tengo el poder de hacerlo?”. Sin duda una pregunta que, si no explícitamente sin duda implícitamente, recorre la vida de todos los hombres que han oído hablar de Jesús en su confrontación con Él: ¿Crees de verdad que puedo curarte? ¿crees de verdad que puedo sanar tu cuerpo, tu mente y tu alma? ¿crees de verdad que en mi, sólo en mi, puedes encontrar la respuesta a todas tus preguntas, el cumplimiento de todos tus deseos y anhelos buenos y verdaderos? ¿Crees que yo puedo salvarte de la ceguera que empaña tu mirada, que impide verte y vernos, ver el mundo que te rodea y a tus semejantes que lo habitan con la claridad y profundidad que sabes que tienen, pero que no alcanzas si quiera a imaginar y menos aún a vislumbrar?

Entonces del grito de la sincera desesperación, por el poder de Jesús, pasamos a la más libre y convencida confesión posible en la vida de un ser humano: “Si, Señor, creo que puedes”. Es decir: Si, Señor, creo en ti, el Hijo de Dios vivo. Creo en ti más que en nada en este mundo. Y creo en tu poder infinito e invencible, en el poder de tu amor eterno e inquebrantable, en la fidelidad perfecta de tu amor al Padre y de tu amor a los hombres, tus hermanos, y en que puedes sanar todas y cada una de las heridas de nuestro cuerpo, de nuestra mente y de nuestra alma.