SÁBADO 5 DICIEMBRE DE 2020: Curar en el nombre de Jesús, de Jesús que cura

(PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO, CICLO B) 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,35–10,1.6-8):

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.

Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor”.

Entonces dice a sus discípulos:

“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.

Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:

“Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis”.

Curar en el nombre de Jesús, de Jesús que cura

Quien le iba a decir al Papa Francisco que su original y provocativa definición de la Iglesia que nos dio en el primer año de su pontificado, se alzaría como un baluarte a seguir, una brújula segura, cuando llego la Pandemia. Me refiero a la definición de la Iglesia como “hospital de campaña”.

En una ocasión el Papa nos decía que “ante tantas exigencias pastorales, ante tantos pedidos de hombres y mujeres, corremos el riesgo de asustarnos y de encerrarnos en nosotros mismos, en una actitud de miedo y defensa. Y de ahí nace la tentación de la autosuficiencia y del clericalismo, aquel modo de codificar la fe en reglas y normas, como hacían los escribas, los fariseos y los doctores de la ley del tiempo de Jesús. Tendremos todo claro, todo ordenado, pero el pueblo creyente y en búsqueda continuará a tener hambre y sed de Dios. También, he dicho algunas veces que la Iglesia se parece a un hospital de campaña: tanta gente herida, tanta gente herida… que nos pide cercanía, que nos piden aquello que pedían a Jesús: cercanía, proximidad. Y con esta actitud de los escribas, de los doctores de la ley y fariseos, ¡jamás! – ¡jamás! daremos un testimonio de cercanía”.

 

El texto del evangelio de los obreros de la mies contrasta con enorme fuerza con la descripción que los mismos evangelios nos hacen de la actuación de los escribas y fariseos, los celosos de las normas que las imponían a los demás y que ni siquiera ellos eran capaces de cumplir. Frente a este tipo de mensajeros religiosos que alejan de Dios, Jesús, el médico de los hombres, que proclamaba “el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia”, envía a sus discípulos a salir al encuentro de las muchedumbres, “extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”.

Así Jesús, el medico de los hombres, licencia en la medicina de la vida a sus apóstoles, y les manda a las prácticas de los hospitales ambulantes por todas partes dándoles “autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia”. Y proporcionándoles unas instrucciones muy precisas: “Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis”.

Jesús, el medico por antonomasia, no sólo nos trae en su propia persona la medicina de Dios, sino que convoca a hombres y mujeres de todo tiempo y lugar para ser sus discípulos misioneros, que habrán de ser también médicos enviados por el Médico-Maestro, del que han aprendido que el mundo no es sino un caótico campo de batalla en el que los hombres pelean por su supervivencia más elemental, o por mendigar su dignidad, o por encontrar el sentido de sus vidas, cuando no pelean unos con otros en el desesperado engaño de que “si quieres la paz prepara la guerra”.

Médicos, si, también tu y yo, médicos enviados por Él. Médicos no por libre sino capaces de generar por doquier Iglesia, es decir, hospital, casa, hogar, comunión para sanar todo tipo de dolencias, “hospital de campaña”. Islas de misericordia donde curar las heridas, todas las heridas, las del cuerpo, las de la mente, las del alma. No para vendarlas sin haberlas curado, con cuatro tópicos consejos de ánimo. Tampoco para hurgar en ellas, examinando las conciencias o moralizando a los heridos, sino curando, sanando, con aplomo, con delicadeza, con la ciencia del amor eficaz, el amor que cura.

Recuerda siempre que Jesús cura, que Jesús sana. No solo enseña. Si redime, si salva, no lo hace desde la atalaya de su divinidad inalcanzable, sino desde la cercanía de su humanidad, de su abajamiento, de su encarnación, de su pasión y su muerte donde ha hecho suyos todos los dolores y todos los sufrimientos del mundo. Y recuerda que la Iglesia, la que hacemos tu y yo cada día, no es una catedra erudita y distante del drama de los hombres, ni un dispensador de normas y permisos, sino un hospital de campaña, el hospital que acoge, acompaña, cura, y abraza a todos los hombres, sin juzgarlos, sin clasificarlos, sin apartarlos, sino de rodillas, limpiando con el aceite de la salvación todas sus heridas, las del cuerpo, las de la mente, las del alma.