Isaías, durante estos días de Adviento, nos está dando la oportunidad de contemplar con otros ojos las maravillas de la Creación. Las alegorías que emplea (“flor de narciso”, “belleza del Carmelo”…) nos llevan, como él mismo dice, a descubrir la propia belleza de Dios. “¿Cómo es posible admirarse de Dios si es espíritu puro?”. Pero, ¿hemos visto al amor tomando un café en el bar de la esquina?, ¿nos hemos encontrado con la justicia paseando por la calle?… Estas cuestiones que parecerían absurdas, esconden algo mucho más profundo, y que en el delicioso cuento del “Principito” plantea el zorro al protagonista: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

Hay cosas que sólo “calan” en lo hondo del corazón. Cosas que son imposibles de ver o tocar, pero que son mucho más reales que aquellas que está sujetas a lo perecedero y a lo voluble del cambio. ¡Estamos necesitados de lo que no muere!… de lo que ha de permanecer para siempre, inagotable, y nos llena de una felicidad capaz de calmar nuestra ansiedad.

Lo humano, que nos condiciona en tantas cosas, no es un obstáculo para ver a Dios; más bien, es el puente necesario para transformar el mundo con la belleza de lo divino. Por eso, la existencia de Dios, más allá de cualquier circunstancia mundana, sólo existe desde la eternidad para darse sin medida…

¡Qué hermoso es Dios, y qué belleza la de la Madre del Amor Hermoso! Le pedimos a la Virgen que su amor sea fuente inagotable de paz allí donde nos encontremos: en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestros amigos … Nadie es capaz de dar tanto por tan poco. Una sonrisa a tiempo, una mirada de cariño a quien lo necesita, una oración en soledad, o un sacrificio que los demás no perciben, son lo suficientemente grandes para que veamos a Dios en todo su esplendor. … y nos admiremos de Su hermosura.