El Evangelio de hoy puede parecer para algunos algo pesado. ¿A qué viene que se nos relate una lista tan larga para recordar los predecesores, según la carne, de Jesús? Pero todos los textos tienen un sentido y contienen una enseñanza.

Por una parte la genealogía nos recuerda que existe un plan de salvación trazado por Dios y que se cumple en la historia. Nos indica que esa voluntad salvífica sigue un camino a pesar de los pecados de los hombres. De parte nuestra hay muchas circunstancias y comportamientos que podrían truncar el obrar de Dios si su amor no fuera más fuerte. Al leer la historia desde esta perspectiva, la de Israel, la universal y la de cada uno de nosotros, no podemos dejar de dar gracias por ese designio de Dios. Nada le impide seguir actuando a favor de los hombres.

La genealogía nos indica también que Dios prefiere no utilizar atajos. Jesús no aparece en la historia desligado de la humanidad sino profundamente enraizado en ella. Es así porque viene a salvar a todos los hombres. La historia de Israel conduce hacia Él, y todos los acontecimientos del mundo miran a Él porque es el Salvador universal. Si Jesús se sujeta de esa manera a la historia humana, nos indica también que nosotros debemos seguirle a Él, que es el Camino. La tentación es buscar atajos para alcanzar la felicidad. Pero hay un solo camino, un puente como le gustaba decir a santa Catalina de Siena, que une el cielo con la tierra. Ese es Jesús.

Lo mismo que la historia de Israel, con sus éxitos y fracasos, conduce a Jesucristo también la nuestra debemos leerla desde Dios. A la luz de la Encarnación no queda justificado el mal comportamiento de nadie, pero se nos muestra cómo la salvación es posible para todos porque el mal no puede más que Dios.

En este Año que el Papa Francisco ha convocado en torno a la figura de san José, meditamos con especial atención el final de la genealogía: “y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”. La promesa hecha a los patriarcas y a los reyes llega a Jesús a través de la persona de José. Ambos reciben en el Evangelio el título de “hijo de David”. José no es el padre biológico de Jesús y, sin embargo, cumple un papel fundamental en el misterio de la Encarnación. Con san José culmina el linaje de los Patriarcas, porque en él se cumple lo anunciado a Abrahán y a David. Que el santo Patriarca, protector de la Iglesia, nos ayude con su poderosa intercesión a vivir la salvación que nos ha traído Jesús.