Miércoles 23-12-2020, feria privilegiada (Lc 1,57-66)

«A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo». Ya queda un día para la Navidad, y la liturgia nos prepara para la venida de Cristo con otro nacimiento, el del Precursor. Dar a luz ha sido siempre en todas las culturas un signo de vida, alegría y esperanza. Por eso, no es una casualidad que, según san Lucas, el comienzo de la salvación tenga lugar precisamente mediante dos nacimientos milagrosos. Dios, el Creador del mundo, es capaz de renovarlo todo y recrearlo de nuevo mediante una nueva vida. Ahí donde la tierra parecía seca, estéril y muerta –como el vientre avejentado de Isabel–, sucede el milagro del resurgir de la vida. Este es el gran anuncio que va a resonar en los próximos días: la nueva vida ha florecido, porque el Dios de la vida es más fuerte que la oscuridad del pecado, el sufrimiento y la muerte. Dios ha comenzado su victoria. ¡Nada hay más fuerte que el Amor!

«Juan es su nombre». No podemos subestimar la importancia de la disputa sobre el nombre del niño recién nacido. No fue sólo una cuestión de familiares inoportunos, vecinos entrometidos o costumbres judías… En el nombre Isabel y Zacarías se jugaban la fidelidad al plan de Dios. Pues Dios quería que ese niño, elegido para una misión única, se llamara Juan. El nombre de Juan significa “favorecido por el Señor”, “el Señor es favorable (benévolo)” o “el Señor perdona”. Ese recién nacido era el elegido de Dios para anunciar la conversión y el perdón de los pecados, como un nuevo Elías, y preparar el camino al Mesías. Después de siglos y siglos en los que creció y abundó el pecado y la muerte en el mundo, comienza el tiempo de la gracia y el perdón. Con aquel niño da inicio la historia del perdón de Dios. Por eso, Juan es su nombre.

«Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios». Si es cierto que ha florecido la vida en medio de un mundo muerto, si de verdad el perdón ha brotado en medio del pecado, si Dios ha querido visitar de nuevo a su pueblo, entonces no podemos más que romper a cantar llenos de júbilo y alegría. Es algo demasiado increíble como para quedárnoslo sólo para nosotros. Tenemos que contárselo a todo el mundo. Porque, no lo olvidemos, cada hombre de cada generación tiene derecho a recibir esta Buena Noticia. No puede ser que haya tantos que no lo conozcan… y se pierdan algo tan grande. El Señor quiere que tú y yo seamos auténticos apóstoles de la alegría esta Navidad. El mundo tiene que oír nuestro canto gozoso, exultante y clamoroso. Nuestros familiares, vecinos, compañeros, amigos y conocidos tienen que escucharlo. ¡Ya es Navidad! ¡Que se note! ¡Que nos lo noten!