Sábado 26-12-2020, San Esteban protomártir (Hch 6,8-10; 7,54-59)

«Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo». Un día después de haber celebrado con toda solemnidad el Nacimiento de Jesucristo según la carne, en el que la Iglesia ha desbordado de júbilo por todo el orbe de la tierra, la liturgia nos presenta a san Esteban, el primero de los mártires. A simple vista, puede parecer una contradicción, un jarro de agua fría en medio de tanta alegría y tanta fiesta. Hablamos de vida y eternidad, ¿y celebramos al primero que murió por Cristo? Pero, como te podrás imaginar, no es casualidad ni una broma de mal gusto. Ayer contemplábamos a Dios hecho Niño, que ha venido a estar con nosotros, que se ha hecho cercano y accesible para nosotros. El Evangelio nos anuncia que Dios se ha hecho hombre para que nosotros, a su vez, podamos amarle e imitarle. Desde su Natividad según la carne, podemos sentir como Dios, pensar como Dios, hablar como Dios, actuar como Dios, porque Él mismo nos lo ha mostrado. Por eso, los santos son precisamente los imitadores de Cristo. Cada uno, a su modo, refleja un aspecto concreto de la vida de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Pero ninguno como los mártires ha imitado a Cristo hasta el final, hasta la entrega total de la vida. Por eso hoy, un día después de la Navidad, conmemoramos al primero de los mártires, el primero que imitó a Jesús no sólo con su vida, sino también con su muerte.

«Esteban, lleno de Espíritu Santo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios». La muerte de san Esteban fue la culminación de su vida. Su muerte por Cristo fue el final de una vida totalmente entregada por Cristo, hasta el derramamiento de la sangre. No debemos olvidar que el martirio nace de una unión total e íntima con el Señor. Porque los mártires no son una especie de kamikazes suicidas que se inmolan voluntariamente por una causa. Es más, la Iglesia nunca ha reconocido como tales a los mártires voluntarios, que han expuesto su vida buscando temerariamente la muerte. Todo lo contrario. Los verdaderos mártires son los que han amado e imitado al Señor hasta el final. Hasta el extremo. Por eso san Esteban es para nosotros, antes que nada, un modelo de entrega, pasión y amor por Cristo. Y, aunque quizá nunca lleguemos a ser mártires, en este amor sí que podemos imitarle

«Se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrear a Esteban». El relato del martirio de san Esteban parece casi calcado palabra por palabra de la Pasión del Señor. Hasta tal punto se identificaron el Maestro y el discípulo. Como Jesús, también Esteban puso su vida en las manos del Padre: «repetía esta invocación: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”». Como Jesús, también Esteban perdonó a sus verdugos: «Cayendo de rodillas y clamando con voz potente, dijo: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”». Hoy podemos acercarnos de nuevo al Niño Dios y decirle que queremos imitarle en todo. Que queremos ser como Él, que se ha hecho como nosotros. Que queremos imitarle hasta el final, hasta el extremo, hasta la muerte, si Él nos lo pidiera.