Santos: Juan, Apóstol y Evangelista; Máximo, patriarca de Alejandría, Balderico, obispos; Nicerata (Nicarete), virgen; Dióscoro, Asclepio, Filemón, Acurio, mártires; Gerardo, Teodoro, Teófanes, monjes; Claudia, viuda.

Quizá no llegaba a los veinte años cuando lo llamó Jesús al apostolado. Es el más joven del grupo de los doce; y también el que –longevo, casi centenario– más duró, habiendo pasado destierro en Patmos.

Es ese que tienen manía los pintores de presentarlo como un jovencito blandengue, jovencísimo e imberbe, con cara enfermiza y casi femenil. Y resulta que el perfil sugerido por los datos presenta un semblante diferente y opuesto: discípulo de Juan el Bautista, junto con su hermano Santiago el Mayor eran llamados nada menos que los boanerges, que quiere decir «los hijos del trueno», o sea, que los dos eran de armas tomar; de hecho, en una ocasión, a los dos angelitos no se les ocurrió menor idea –para escarmentar a los samaritanos que no quisieron recibirles– que pedirle a Jesús, con una impetuosidad irrefrenable, que les dejara hacer bajar fuego del cielo para que los consumiera. Robusto pescador, vigoroso como piden las faenas del barco, mozo equilibrado que sabe respetar el primer puesto de Pedro el día de la Resurrección, cediéndole el turno en el sepulcro; tan varonil que merece la confianza de Jesús para entregarle a su Madre; teólogo profundo, oteador de las cumbres como ninguno; intrépido con los herejes gnósticos que comienzan a despuntar ya en el primer siglo de la fe; por último, fuerte en la confesión cristiana hasta el destierro y quizá martirio. Estos señores del pincel parecen olvidar los datos neotestamentarios por los que se le conoce justamente como un señor al que no le pega nada el rostro acaramelado de tantos lienzos, ¿o es que quisieron resaltar su apasionado amor a Jesucristo, la condición de no-casado, la doctrina preeminente en sus escritos del amor o caridad, el hecho de recostar su cabeza sobre el pecho del Maestro o la predilección de Jesús? Si es por ello, mal servicio han hecho a la piedad; porque identificar la entrega, el amor, la pureza y decisión de seguir al ideal Cristo sin condiciones ni temporalidades con lo somático y visceral es no entender nada de humanidad, que se define por la racionalidad y por el ejercicio de la voluntad, en este caso, ambas potenciadas por la fe.

Salvedad hecha, es ahora ocasión de recordar que Juan es natural de Betsaida, a orillas del lago, del mismo terruño de Pedro. Zebedeo y Salomé, sus padres; pescadores de profesión, acomodados, con barca propia y jornaleros.

Llegó a formar parte del trío predilecto. Fue testigo privilegiado de la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración en el Tabor y de la agonía de Getsemaní. El único que no abandonó a Jesús, cuando la desbandada de la Pasión, permaneciendo en compañía de María al pie de la cruz, en el Calvario.

Se le ve muy unido a Pedro. La Pascua última la prepara con él, los dos vieron juntos el sepulcro vacío el día de la resurrección, hacen pareja en sus visitas al templo y así curó Pedro a aquel paralítico, y ambos fueron detenidos juntos por el Sanedrín a consecuencia de predicar a Jesús. También a Samaría irá con Pedro en los comienzos de la fe. El propio Pablo, ya convertido, les llamará «columnas de la Iglesia».

Parece que el centro de su actividad apostólica pospascual estuvo en Éfeso y de allí irradia su mensaje a Turquía. En el Apocalipsis, libro sagrado que cierra el ciclo de la revelación pública, dirá que estuvo desterrado en la isla de Patmos, cosa que debió de ser por los años 81 la 96, durante la persecución de Domiciano, debiendo de regresar a Éfeso con la amnistía de Nerva.

Tuvo una extremada autoridad moral en Asia, cuando ya no quedaban Apóstoles; los cristianos sintieron por aquel anciano que había tocado, vivido, visto al Señor mortal y resucitado, auténtica, especial y temblorosa veneración. Su testimonio y enseñanza tenían un peso excepcional, único. Conoció las primeras persecuciones y se enfrentó a las primeras herejías o desviaciones, defendiendo la pureza de la fe.

Algunos Santos Padres lo conocieron o se formaron con los que le conocieron personalmente: Papías de Hierápolis, Policarpo de Esmirna, Ignacio de Antioquía, Ireneo de Lyon.

Murió sin fecha, a finales del siglo I o comienzos del siglo II .

Escritor, místico, águila –elemento iconográfico casi siempre presente–. Autor del cuarto Evangelio, tres cartas apostólicas llevan su nombre y el Apocalipsis. En sus escritos –hechos con estilo más bien pobre en palabras y recursos literarios– aparece como nota persistente la búsqueda del anonimato. El tema central dominante: Un Señor. Juan transmite –con su persona y pluma– a Jesús que es Dios y hombre, luz y vida, verdad y amor.

¿Es histórico el hecho de que sufriera martirio? Alguna tradición antigua, amplia y extendida lo afirma, viéndolo arrojado a una caldera de aceite hirviendo de la que salió ileso por la intervención de Dios; pero no es demostrable la historicidad del hecho. Parece que esa leyenda parte de Tertuliano o, en todo caso, de la iglesia africana que Juan nunca pisó, como tampoco la de Roma.

Mucha más fuerza tiene resaltar su vivir diario en intimidad con la Virgen María; la Madre de Jesús aparece en el cuarto Evangelio tanto al comienzo de la vida pública del Señor (Caná) como al final de su paso terreno (Calvario). Como conjetura, no se descarta la posibilidad de confidencias entrañables entre Ella y él referentes a algunos aspectos de la intimidad de María y otros de la infancia de Jesús que bien pudieran posteriormente haberse transmitido a san Lucas, que es quien los narra.