Si hay algo que llama la atención en el Misterio de la Navidad, es que nada es lo que parece ser. ¿No lo han pensado nunca? Un Niño, que no es sólo un Niño, que es Dios, una madre, María, que no es sólo una Madre, sino que es Virgen y por eso puede ser Madre de Dios, un padre, José, que no es padre en sentido literal sino que es custodio, un acontecimiento ordinario, el nacimiento de un bebé, que no es sólo el nacimiento de un bebé, sino que es todo un acontecimiento en la historia de la humanidad, incluso un acontecimiento de orden mundial, de orden histórico que no aparenta ser tal…

Lo mismo ocurre con santo Tomás Becket, el mártir que conmemoramos hoy, un arzobispo que no es sólo un autoridad de su tiempo, sino que es un verdadero testigo del amor de Dios, que es asesinado durante la celebración de la Eucaristía, y al que se le descubren debajo de las ropas pontificales, las ropas de un penitente… En los temas de Dios, casi siempre las apariencias engañan.

Y es que nuestros ojos, nuestros sentidos son muy traicioneros, cuántas veces nos llevan al error… ¿Se imaginan caminar en una paraje a oscuras, o con los ojos cerrados? Pues así vamos muchas veces por la vida ciegos al paso de Dios por lo que nos pasa, por nuestras cotidianidades… Por eso la insistencia en estos días de Navidad en presentar a Jesús como la LUZ que ilumina nuestras tinieblas, la luz que nos permite ver, que nos permite descubrir la belleza, a veces oculta de las cosas, la luz que disipa cualquier oscuridad.

La luz es extremadamente potente, la más pequeña fuente de luz, una cerilla, un bombillita en un llavero, las ascuas del fuego… rompen de forma definitiva cualquier oscuridad por profunda que sea… y si la tinieblas nos produce miedo, inseguridad, desorientación, la luz que rompe el día, ahuyenta cualquier temor. No es casualidad en que las dos grandes celebraciones del año (Navidad-Pascua) se celebren en Vigila, en la mitad de la noche, cuando esta es más oscura, por en el despuntar del alba vemos que Dios vence las tinieblas.

Pidámosle hoy al Señor, que ilumine nuestras oscuridades. Que no nos deje vivir de apariencias. Que seamos transparentes, y que se fuego resplandezca en todos los que se encuentran con nosotros, como pedía Madre Teresa al comenzar cada mañana su trabajo con los más pobres entre los pobres:

Brilla a través de mí y permanece tanto en mí
que cada alma con la que tenga contacto
pueda sentir Tu presencia en mi alma.
¡Permite que ellos al mirarme
no me vean a mí, sino solamente a Jesús!
Quédate conmigo y entonces podré comenzar
a brillar como Tú brillas,
a brillar tanto que pueda ser una luz para los demás.
La luz, oh, Jesús, vendrá toda de Ti;
nada de ella será mía.
Serás Tú quien brille sobre los demás a través de mí.
Permíteme así alabarte
de la manera que Tú más amas,
brillando sobre aquéllos que me rodean.

Brilla a través de mí y permanece tanto en mí
que cada alma con la que tenga contacto
pueda sentir Tu presencia en mi alma.

¡Permite que ellos al mirarme
no me vean a mí, sino solamente a Jesús!
Quédate conmigo y entonces podré comenzar
a brillar como Tú brillas,
a brillar tanto que pueda ser una luz para los demás.

La luz, oh, Jesús, vendrá toda de Ti;
nada de ella será mía.
Serás Tú quien brille sobre los demás a través de mí.
Permíteme así alabarte
de la manera que Tú más amas,
brillando sobre aquéllos que me rodean.