Toca ya a nuestras puertas el fin de año, y quien más quien menos hace balance de este año del que todos parecemos tener prisa por olvidar. Y en medio de esto, resuenan esas palabras de San Juan a los jóvenes que hemos escuchado en la primera lectura, «sois fuertes y habéis vencido al Maligno». Me han impresionado esas palabras en mi oración matutina, porque segundo antes habíamos cantado un villancico, que me resulta revelador, en el que se llama al Niño: «Fuerte fragilidad, Soberana pobreza».

Sí, en el misterio de la Navidad, como en el de la vida cristiana, la fuerza y la soberanía se presentan con rostros inesperados. Hoy el rostro cubierto de arrugas de la profetisa Ana, nos muestra esa fortaleza del que ha vencido al Maligno. Una vida que probablemente consideraríamos anodina, insulsa, una viuda que no se separa del templo, se convierte en testigo de Dios entre nosotros. La forma que tiene Dios de hablar con nosotros le convierten en el Dios de la sorpresas, y sólo los que estamos dispuestos a dejarnos sorprender por Él podemos reconocerlo en las periferias de la existencia, en los lugares en los que no parecía estar.

Ana ha permanecido fiel a Dios a lo largo de su vida, no conocemos los detalles de la misma, solo conocemos que ha sido larga, y que no ha estado bendecida con los hijos, que el matrimonio fue corto (7 años) pero la vida larga (84) y que es allí en el epílogo de su existencia donde se cumplen las promesas por las que Ana a suspirado en sus días y en sus noches, donde se han recogido sus lágrimas, una a una, para regar con ellas el hermosos jardín de la fe, donde todo ha cobrado sentido, donde todo ha encajado, donde todo ha merecido la pena. En el encuentro con Dios, al reconocerle, encontrado en lo que pasa, la vida adquiere toda su profundidad y todo su sentido.

San Agustín dice en uno de sus sermones, algo así: «tengo miedo de que pases a mi lado y no te conozca», compartamos ese santo temor con Agustín, el temor de perdernos lo verdaderamente importante en la vida, a Dios que nos traspasa, el temor del sinsentido o de la soledad yerma… Dios no nos desampara, Dios nos grita hoy en boca de Juan: Sois fuertes… Dios nos da suelo en la vida de Ana que sabe esperar, que sabe ser fiel y que sabe responder a esa invitación de Dios, la que nos hace cada día y que podríamos glosar así: Te quiero, ¿quieres?.