Iniciamos este nuevo año bajo la sonrisa y la mirada protectora de la Virgen María, Madre Dios y madre nuestra, madre de la Iglesia. Esta fiesta era ya celebrada en los primeros siglos, sin embargo, que se celebre el 1 de enero se lo debemos al Concilio Vaticano II. La primera pretensión de esta solemnidad es mantener la memoria agradecida del Concilio de Éfeso, que, allá por el 431, proclamó esta verdad de la Fe, que María es Madre de Dios, porque es la Madre de Jesús, el Salvador, el Hijo de Dios.

San Juan Pablo II instituyó también en este día la Jornada Mundial de la Paz, hijos de la misma Madre, los hermanos no pueden, no deben permanecer en los conflictos, no deben dejar que las guerras emponzoñen sus relaciones, no es legítimo desangrarse en dinámicas fratricidas… sin embargo, por desgracia no es tan sencillo como evocar a nuestra Madre común, no es tan sencillo como reconocernos y sabernos hijos del mismo Dios, la Paz, que va mucho más allá de la ausencia de guerra, es un don de Dios que surge de su contemplación, surge al entender el profundo misterio de la Encarnación, en el que Dios hecho hombre nos revela su intimidad, en el que Dios hecho Niño se confía en nuestras manos protectoras, las manos inexpertas de María, que le colman de cariño y protección, se confía en nuestros regazos, en nuestro abrazo… y contemplarlo así, dependiente de nuestros desvelos hace surgir en nosotros el amor que transforma los conflictos, que los disuelve, que ablanda nuestros corazones y nos ayuda a pedir perdón y a perdonar.

La humildad de la Virgen y la Paz se convierten en dos coordenadas de vital importancia para afrontar el año que empieza cargado de buenos propósitos, de planes maravillosos, de esperanzas por realizar. Que importante empezar el año así. La pandemia ha cambiado muchas de nuestras costumbres, aquellas celebraciones de otros años con fiestas hasta el amanecer, con fuegos artificiales, con comida y bebida a raudales han sido más sobrias este año, ha habido menos accidentes de trafico, menos intoxicaciones etílicas, menor reyertas… La pandemia, una vez más nos ofrece la oportunidad de volver a lo fundamental, a lo verdaderamente importante, a lo que nos da sentido.

Pongamos a los pies de la Virgen María todos los deseos de este año que empieza, pongamos a sus pies nuestras inquietudes, nuestros desvelos, nuestras posibilidades, nuestros conflictos y necesidades… pongámoslo todo a sus pies para que ella interceda por nosotros y su ejemplo ilumine nuestras elecciones. Pongamos también a sus pies los llantos del mundo, los conflictos, las pobrezas, los abusos… pongamos a sus pies los sufrimientos de nuestros hermanos, sus soledades, sus lágrimas… para que como hacía con el Niño en Belén pueda consolarlos…pongamos finalmente a sus pies nuestro futuro, porque sólo en su «FIAT», sólo en la aceptación incondicional del Amor de Dios, será un futuro dichoso, un futuro en plenitud…

María, Madre de Dios. Ruega por nosotros.