Me llama la atención cómo los cristianos, o por lo menos los que yo conozco nos pasamos la vida sin descubrir a Cristo que pasa junto a nosotros, nos pasamos la vida buscando, en aquellos lugares donde Él no está, nos pasamos la vida despistados porque las imágenes que tenemos de Dios, nos impiden encontrarnos con su verdadero Ser.

Algo así como recoge aquella historia de un monje al que se le había anunciado la visita de Dios al día siguiente, y que, movido por el fervor y por su mejor intención, decidió esperarlo en meditación, dejando de lado sus quehaceres cotidianos, y centrándose en esperar al que consideraba la fuente de sus alegrías. Así le ocurrió que a media mañana se le acercó un niño que solía pasar por el monasterio para aprender a leer, y el monje lo despachó porque estaba muy atareado esperando al Señor. Al mediodía se le acercó una anciana con la que solía compartir su pan, pero en un día de meditación como aquel, en el Dios le iba a visitar, ¡cómo iba a comer!, así que también la despachó, al caer de la tarde solía sentarse a jugar y a charlar con él otro vecino del pueblo… pero tampoco quiso perder su tiempo con él… Llegada la noche el monje se acostó y lloró amargamente porque Dios no había venido a visitarlo, y en medio de su llanto pudo escuchar un susurro que decía hasta 3 veces te he visitado hoy, pero estas tan ocupado que no me has podido ver.

Este es el misterio de la Navidad, Dios que se empeña en ser visto, en ser conocido, Dios que rompe nuestros esquemas sobre quién es, Dios que no se acomoda a nuestros conceptos y a nuestras definiciones. Esta idea del desconocimiento de Jesús, aparece recurrente en los textos que leemos en la Navidad, el Papa Benedicto lo recoge así en la Homilía de la Misa de Medianoche del 24 de diciembre de 2007:

Juan, en su Evangelio, fijándose en lo esencial, ha profundizado en la breve referencia de san Lucas sobre la situación de Belén: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (1,11). Esto se refiere sobre todo a Belén: el Hijo de David fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no había sitio para él. Se refiere también a Israel: el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron. En realidad, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge.

En definitiva, estas palabras se refieren a nosotros, a cada persona y a la sociedad en su conjunto. ¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene necesidad de nuestra palabra, de mi palabra, de mi afecto? ¿Para aquel que sufre y necesita ayuda? ¿Para el prófugo o el refugiado que busca asilo? ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos?

Siempre estamos a tiempo para abrir los ojos del corazón y aprender a reconocerle, será tarea imprescindible para nosotros, para los que de veras tenemos en Él nuestra esperanza. Aceptemos pues su invitación.