En este II domingo del tiempo de Navidad, me hacían reflexionar un par de cosas que me gustaría compartir con ustedes. La primera tiene que ver con la primera lectura, en la que se nos vuelve a insistir en la imagen que compone luz y tinieblas, La idea elemental es que el ser humano vive en la tinieblas, vive en la oscuridad. Y rememorando el año que acabamos de superar, todos podríamos coincidir, en que ha sido el año de la desinformación, diría el año de la oscuridad, del no saber, la peor oscuridad es vivir alejado de la Verdad, vivir en la mentira. Y nos han mentido tanto en este año… que resuena con más fuerza, si eso es posible, que en medio de la tinieblas resplandece la luz de la Verdad, la luz de Cristo que no defrauda.

En los comentarios de una de estas reflexiones, un escéptico de la Navidad, clamaba contra la manipulación que hacemos los cristianos de las fiestas paganas y de cómo las hemos convertido en un obsceno bacanal de la sobreabundancia. Lástima que nuestro comentarista no haya descubierto que la fiesta de nuestros paganos antepasados lo que nos invita es a pensar en como el ser humano tiene lugares comunes en los que pueden surgir las verdades más profundas de la existencia, y, por lo menos para mí, el eco de la «lucha» entre las tinieblas y la luz, entre el bien y el mal, la necesidad de Verdad, son un lugar teológico privilegiado para alcanzar la realidad que nos traspasa y que nos ayuda a encontrarle el sentido a una existencia que a ratos sería imposible de digerir.

Y sobre los regalos, y enlazamos con ellos el evangelio de hoy, no son más que una pequeña muestra de la sobreabundancia de Dios. Sí, Dios que se hace Niño, que se entrega completamente a las manos temblorosas de los hombres. Esa sobreabundancia creadora que sobrevuela nuestra historia encuentra en personajes intrépidos y valientes, como lo son los magos de Oriente, el sentimiento más genuino del ser humano ante Dios, la entrega, el abandono, pues unos pobres presentes, todos los posibles presentes son pobres ante Dios dueño de todo, creador de todo, solo pueden ser pálido reflejo de nuestra respuesta amorosa ante los ojos cautivadores del Niño que desde el pesebre nos llama a la eternidad.

Intercambiar regalos en Reyes o en Navidad es muestra de esa generosidad contagiosa de Dios, sin olvidarse que no es la cosa material, sino el tiempo y el esfuerzo dedicado al receptor, lo que los dignifica y nos humaniza, sin ellos ciertamente el intercambio no va más allá del comercio. Por eso, más que clamar contra el consumismo transformémoslo con la sabiduría de los Magos de Oriente, que herederos de la inquietud de los pastores, supieron ponerse en camino para adorar al Dios Verdadero, al Dios que es la verdad.

Siempre, al releer este evangelio, me sobrecoge la dureza del corazón de Herodes, que no es capaz de ponerse en camino, abandonar su comodidad, pretende que otros, los Magos, hagan el camino por él… así como cuando a las personas de fe se nos lanzan como dardos envenenados preguntas distorsionadas o tramposas sobre Dios, sobre el mal… que tristeza me provocan esas preguntas que expresan un grito desesperado por conocer al Señor, pero que cómo Herodes, no están dispuestos a recorrer el camino de la respuesta… Herodes, incapaz de salir en busca del Mesías, encerrándose en su miedo y en su comodidad se hizo capaz de una barbarie como la matanza de los inocentes, recordada hace unos días por la liturgia, cuando el corazón no está inquieto en la búsqueda, cuando no es capaz de ponerse en el camino del amor, se endurece, se vuelve de piedra y se hace capaz de los mayores horrores.

Quiero acabar mi breve reflexión de este domingo recordando el verso de un villancico que recoge, en mi humilde opinión, la actitud que se nos pide ante el misterio de la Navidad: soy chico y nada tengo, te traigo mi corazón. Que esta sea nuestra oración hoy. Amén