Sólo dos parroquias del Arciprestazgo (y comprende dos poblaciones grandes), estamos libres del confinamiento por el Covid 19. No importa mucho que podamos salir pues tampoco quedan muchos sitios a los que ir. Hablan ya de la tercera ola y del aumento de casos. Como una gota que va golpeando la piedra veo que más gente va teniendo miedo, incluso algunos que al principio no se tomaban en serio la pandemia ahora son los más acobardados. Creo que hay que hacer una distinción entre la responsabilidad y la prudencia y el miedo. Tenemos que ser responsables de nuestra salud y de la salud de los demás y no sólo ahora, sino siempre. Ser responsable es también hacerse cargo de aquellos que aun no han nacido o están en agonía, o no ven sentido a su vida y se dañan a sí mismos. La responsabilidad siempre es buena. El miedo no es buen consejero (curiosamente conozco un montón de casos de contagio de este maldito virus entre personas que vivían más aislado que un eremita del desierto). El miedo hace que me centre en mí y no en mí con los demás, lleva a encerrarse en vez de entregarse. Y además el miedo se podría extender -con toda razón-, a sufrir un infarto, un accidente de automóvil o un resbalón en el hielo en esta tarde tan fresquita que tenemos en Madrid. 

“En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo.

No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor.”

Seguimos con esta estupenda primera carta de San Juan. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Por eso no tenemos miedo. no tenemos miedo a dar la vida por amor de Dios, como Él ha hecho con nosotros. No tenemos miedo a asistir a un enfermo por muy contagiosa que sea su enfermedad. No tenemos miedo a escuchar los pecados más abominables pues llevamos la misericordia de Dios. No tenemos miedo a “perder la vida” sin tiempo para uno mismo ni con planes propios pues serán los planes de Dios. No queremos que nadie enferme, ni peque ni cambie sus planes y mucho menos por nuestra culpa, por eso somos responsables, pero no tenemos miedo. No tenemos miedo pues podemos mirar a la muerte a los ojos y decirle con San Pablo: ¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón? No nos jugamos la vida, no nos la podemos jugar pues no es nuestra, sino que la entregamos. 

La Iglesia es como la barca de Pedro. Se rema con trabajo, con viento contrario y muchas veces de noche. Si intentamos demostrar nuestra “valía” pro las cosas que hacemos pronto nos pondremos en peligro de zozobrar. Nos vencerán los poderes de este mundo y los ataques del demonio. Tendremos cristianos temerosos, pastores asustados. Miedo a perder nuestras cosas, nuestros bienes, nuestro prestigio, nuestra posición o el reconocimiento de los otros. En serio: ¿Para qué queremos todo eso? Tenemos que deteneos a hacer oración y descubrir a Jesús en la barca que nos dice: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.» Y entonces, cuando creías que ibas perderlo todo, encuentras la paz, “y amainó el viento”. Tal vez seas más pobre, o más débil o te consideres más vulnerable. Pero sólo es entonces cuando encuentras tu verdadera riqueza, tu autentica fuerza y ya no serás vulnerable pues “En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.”

Penúltimo día de Navidad. María y José, débiles y frágiles, te prestarán su fortaleza.