Más allá de la maravilla que supone cualquier acción milagrosa del Señor, que daría para mil reflexiones, vamos a fijarnos hoy en que Jesús, casi siempre, aparece rodeado de amigos. ¡Era un hombre amigable! Santiago, Juan, Pedro y Andrés, en este caso. Y qué importante es tener (buenos) amigos.

Decía Aristóteles que nadie querría vivir sin amigos, «aun estando en posesión de todos los otros bienes”. Y la santa de Ávila, santa Teresa de Jesús, afirmó: “La amistad es la realización más auténtica de la persona”. Santo Tomás de Aquino, por su parte, destacó que la amistad disminuye el dolor y la tristeza. Ya sólo estas frases darían para orar un buen rato sobre cómo cuidamos a nuestros amigos y cómo vivimos las virtudes en las amistades. También siempre me ha gustado esa frase que reza que los amigos son la familia que escogemos. Una más: La amistad es el más feliz y el más plenamente humano de todos los amores: coronación de la vida y escuela de virtudes (C. S. Lewis, Los cuatro amores).

Jesús habló siempre de amistad para definir su relación con sus discípulos y no podemos olvidar un par de frases suyas en la Última Cena: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13) y «Os he llamado amigos» (Jn. 15, 15). Por tanto, el amor de amistad nos debe ayudar a mejorar y a comprender también mejor el amor divino.

Decía Aristóteles que existen tres tipos de amistad, y sobre esto podríamos meditar hoy en presencia del Señor: la amistad de «utilidad», que es aquella en la que dos personas están involucradas no por afecto sino porque reciben algún beneficio y que suele deshacerse cuando estos beneficios desaparecen.
El segundo tipo de amistad accidental es la amistad basada en el placer. Es la que brota entre amigos que participan en actividades deportivas, o que van a fiestas y beben juntos. Por cierto, es habitual la confusión, especialmente en la juventud, entre este tipo de amistad y el que vamos a mencionar a continuación, que es el más profundo.
El tercer tipo de amistad es aquel que la Escritura define así: “Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor. Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor” (Eclo 6, 14-16). Es la amistad de «lo bueno», aquella en la que se comparte una misma apreciación de lo bueno y virtuoso de la vida y no se tiene una razón de sacar provecho. Decía el filósofo griego que estas relaciones suelen durar toda la vida, siempre y cuando la persona tenga un cierto nivel de bondad. Estas amistades no tienen un porqué realmente, como todo lo verdaderamente bueno y valioso existen por sí mismas, sin fines ulteriores. Por eso, como decía Santa Catalina de Siena, “la amistad que tiene su fuente en Dios no se extingue nunca”. He ahí la cuestión última: ¿Está Dios en nuestras amistades?

¡Ah! Y un par de posdatas. Sé que este comentario es largo y que da para mucho, pero no me resisto:

PD1. Decía también CS Lewis que la verdadera amistad es el menos celoso de los amores. Dos amigos se sienten felices cuando se les une un tercero, y tres cuando se les une un cuarto, siempre que el recién llegado esté cualificado para ser un verdadero amigo
PD2. Las amistades requieren tiempo de calidad y empatía. ¿Cómo andamos de esto?