El Señor no se conforma con dejar marchar a los suyos a una comarca de Iowa, hasta una familia que se dedica al cultivo de la soja, para que conozcan que en Palestina Dios mismo se dejó ver. Dice que vayan por el mundo entero, que no dejen un palmo de terreno sin pisar. Que allí donde no haya seres humanos, se lo cuenten a toda criatura, a los peces, a los árboles, a las puestas de sol. Así lo dice, “a toda la creación”, porque no hay nada valioso que no merezca la nueva mirada de quien ha conocido a Cristo. La naturaleza humana ha sido coronada con una sobrenaturaleza, la belleza ha sido vestida de una belleza mayor. Ya no vivimos para dejar que la muerte nos alcance, somos ahora los seres humanos quienes ganamos la partida a toda corrupción.

Los apóstoles lo vieron resucitado y no se pudieron callar la alegría. Los Evangelios no están escritos para facilitarnos unas reglas de conducta, como si los primeros discípulos hubieran conocido a uno de tantos predicadores de la moral, sino para darnos una inesperada alegría. Un judío no podía esperar que Yahvé, el Dios escondido del desierto, hiciera acto de presencia. Moisés salía velado de la tienda del encuentro, nadie podía ver a Dios cara a cara y seguir con vida. Ahora los discípulos, como Juan, llevan la sensación de borrachera absoluta por la experiencia que tienen de Cristo. No salían de su asombro al haber comido y bebido con el Dios de los pactos. Aquel que de sí mismo había dicho “Yo soy el que soy”, estuvo con ellos. Habían visto a Dios con las manos manchadas de pescado del lago Tiberíades.

Y los once llevan en su pecho una Nueva Alianza. La primera la hizo Yahvé con los judíos que marcharon por el desierto hasta la tierra de Canaan. La segunda la promulgó Jeremías durante el destierro del Babilonia: Dios anuncia un pacto de amor cuya sede no será el templo de Jerusalén, sino el mismo corazón humano, para que en cualquier lugar se pueda estar con Dios y adorarlo en espíritu y verdad. Ahora, después de la Última Cena, Jesús les ha dicho que ha llegado la Alianza definitiva, Dios ha dado la vida por el hombre, Dios ha sangrado por cada ser humano, ¿cómo se puede callar una novedad tan desmesurada?

Es verdad, se han cumplido las profecías de Nuestro Señor. Los santos de la Iglesia han echado demonios de este mundo, el Evangelio se habla en todas las lenguas conocidas, los enfermos quedan sanos. Los discípulos de Cristo son iguales que su Maestro, no trasforman las piedras en pan para construir un paraíso en el mundo, no hacen milagros para aquí abajo, los suyos traspasan las coyunturas de los huesos hasta curar las amarguras escondidas, los vicios, el cruel narcisismo, las envidias, las apariencias…

El que crea se salvará. Lo más bonito del verbo creer es que no es verbo que indica una acción inmediata, sino que necesita la vida para conjugarse, igual que la amistad exige una vida entera para desarrollarse y robustecerse.