“No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos”. Resulta un tanto chocante esta afirmación, porque curar imponiendo las manos es ya un milagro y, sin embargo, dice que no pudo hacer ninguno. Pero no lo es. Nos puede ayudar a entender lo que dice a continuación: “se admiraba de su falta de fe”. Recuerdo una conversación con el postulador de la causa de canonización de un gran santo, en la que le pedíamos nos contara algunos de los milagros que se le atribuían al santo. Su respuesta fue directa: estáis pensando en alguna curación espectacular, sin embargo, los milagros verdaderamente espectaculares son los que están en relación con conversiones, porque ahí está siempre el misterio de la intervención divina y de la libertad humana. Estos hombres no tienen fe y están llenos de prejuicios, de ahí su reacción: “¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí? Y se escandalizaban a cuenta de él”. “La fe consiste en la disposición a dejarse volver a transformar siempre por la llamada de Dios, que nos repite de continuo: «Convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto y con lamento. Rasgad vuestros corazones y no vuestros vestidos. Convertíos al Señor, vuestro Dios, porque es clemente y compasivo» (Jl 2, 12-13). Pero nuestra vuelta al Señor, nuestra auténtica conversión a una nueva Alianza” (Cardenal Robert Sarah “Se hace tarde y anochece”). También en cada uno de nosotros necesita el Señor nuestra colaboración, el consentimiento de nuestra libertad para actuar en nuestra alma.

Cuando tú y yo leemos el Evangelio y podemos escuchar a Cristo ¿cómo lo oímos? ¿con qué disposición? ¿Nos fiamos de Él o nos defendemos como sus paisanos? “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo” (Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentum caritatis 84). Dejarse sorprender por el evangelio y en su lectura meditada el Espíritu Santo actúa y descubrimos ese encuentro que empieza a modificar mi corazón, mi mente, mi vida. Hemos de empeñarnos por conocer más y más al Señor, sin conformarnos con un trato superficial ¡Vivamos del Evangelio, sin limitarnos a leerle!

Madre nuestra, danos hambre de ver el rostro de tu Hijo en el Evangelio, como sal y como luz».