La semana que viene nos dirán a cada uno: “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás”. Esta alusión directa de la liturgia al relato del Génesis durante la imposición de la ceniza, nos muestra un marco necesario que no podemos quitar de nuestra vida: es efímera. Tu vida y la mía son efímeras.

La fuente de la eterna juventud, tema principal de muchos relatos míticos y meta de varias investigaciones científicas (las cremas antienvejecimiento son sólo la punta del iceberg), dista mucho de ser un proyecto viable. ¿Qué pasaría si diéramos con la fórmula para vivir eternamente en este mundo? Una película protagonizada por un tal Arnold de impronunciable y eterno apellido titulada «El 6º día» plantea de refilón esta inquietante cuestión, aunque con tal protagonista y muchos efectos especiales, no hablamos de un film hecho para pensar. Pero tiene el acierto de plantear la cuestión.

Somos barro. Además de la versatilidad que aporta esta imagen, manifiesta nuestro origen humilde: nos somos creadores, sino que somos creados. El poder creador del hombre es exclusivo de Dios. Sólo Dios puede regalar personas porque sólo Él es Creador, poseedor en sentido estricto del copyright sujeto a derecho de autor. Este hecho es crucial para que el hombre siempre mantenga su libertad, su dignidad y, aunque sea paradójico por lo dicho antes, su eternidad. Cuando somos creados por Dios en el momento de la concepción, llevamos un sello de propiedad y de calidad. Ese sello es inviolable e infalsificable.

A partir de este dato de ser creados, entra en juego el mandato que Dios nos daba ayer: someter la tierra, dominarla y, de este modo, tomarla en propiedad. Pero atención, que nos podemos pasar de frenada: con la técnica necesaria, la «creación» de seres humanos ya es posible. Incluso es posible clonarnos. Prefiero que no salgan a la luz los experimentos que ya se están haciendo, porque tal y como está el patio, las monstruosidades nos dejarían sin habla (¡más que la mascarilla!).

Las consecuencias morales y éticas de sentirnos creadores son desastrosas. Para evitar retorcer los avances científicos hemos de abandonar sentirnos “creadores”. Podríamos denominarnos más acertadamente como “desarrolladores”. Con la vida humana no se juega ¡Tenemos copyright, un sello inviolable e infalsificable! ¡Si dicen que ese coche es como un Golf, no es un Golf!