MARTES 16 DE FEBRERO DE 2021

(VI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B)

Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,14-21):

En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían mas que un pan en la barca.
Jesús les recomendó: «Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.»
Ellos comentaban: «Lo dice porque no tenemos pan.»
Dándose cuenta, les dijo Jesús: «¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?»
Ellos contestaron: «Doce.»
«¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?»
Le respondieron: «Siete.»
Él les dijo: «¿Y no acabáis de entender?»

Entender la desproporción de Dios

Jesús despierta la memoria de sus discípulos, les hace recordar la multiplicación de los panes y los peces. Y lo hace porque lo que han olvidado no es el acontecimiento, absolutamente inolvidable para quienes lo presenciaron en vivo y además participaron en ese milagro. Lo que han olvidado es su significado, es decir, la lección de Jesús sobre “la desproporción de Dios”.

El milagro de la multiplicación de los panes y de los peces es signo del “amor desproporcionado” que custodia la Iglesia: el amor de Cristo por los hombres, y el amor de los hombres por Cristo en los últimos de este mundo, los necesitados.

El método de Dios consiste en que, si nosotros ponemos nuestra parte para cambiar las cosas, por muy poco que podamos hacer, él pone la suya, y con la suya las cosas cambian de verdad. En el Evangelio que hemos escuchado es evidente: Jesús pide a sus discípulos que hagan su parte para que nadie pase necesidad. Les dice: “dadles vosotros de comer”. Ellos lo hacen, aunque tienen sólo cinco panes y dos peces. Se fían, reparten lo poco que tienen y ¡Todos quedan saciados!

Los cristianos no somos cristianos: si en la práctica no creemos en la Providencia de Dios, si compartimos solo lo que nos sobra, y si además lo hacemos sin ninguna confianza en que lo poco que nosotros podemos hacer sirva para algo….

Los cristianos somos cristianos si, al contrario: ponemos nuestras seguridades en la Providencia de Dios, compartimos generosamente nuestro tiempo, nuestros talentos, y una parte significativa de nuestros bienes, con los demás. Pero sobre todo si confiamos en la “Desproporción de Dios”.

Escuchamos este evangelio a las vísperas del comienzo de la Cuaresma, en la semana en la que la Iglesia española comparte y colabora con Manos Unidas su campaña anual contra el hambre, la miseria y el empobrecimiento de millones de personas. Sabemos que en el mundo más de mil millones de personas pasan hambre. Se nos muestra como una situación inamovible, insuperable, imperturbable. Y mientras unos esperan un impreciso progreso general que engañosamente se nos ha inculcado, otros dicen que es imposible hacer nada porque los pobres están corrompidos. La respuesta a este problema la sabemos muy bien: «Dadles vosotros de comer». Hoy disponemos de medios suficientes para atender con eficacia a todos esos millones de personas desnutridas, que luchan todavía por la supervivencia, aunque, como ya denunciaba San Juan Pablo II, «la tierra esta dotada de los recursos necesarios para dar de comer a toda la humanidad».

Sólo hace falta una cosa: arriesgar, es decir, creer en la “Desproporción de Dios”, como hicieron los santos. Siempre que un santo o una santa han tratado de saciar el hambre de los pobres, a mansalva, no han reparado en cálculos. Han tomado la olla que tenían para ellos, grande o pequeña, y han empezado a servir con el cazo los platos de los pobres. Y, como en la escena del Evangelio, ¿qué les pasaba? Que la olla nunca se acababa, hasta servir al último. Ahora el milagro toma otras formas: no se vacían nunca las despensas de los comedores sociales, no se arruinan las familias generosas, etc.