VIERNES 19 DE FEBRERO DE 2021

(VIERNES DESPUÉS DE CENIZA, CICLO B)

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,14-15):

En aquel tiempo, os discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».
Jesús les dijo:
«¿Es qué pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán».

El ayuno que Dios quiere

Para entender el evangelio de hoy es muy importante fijarse en la primera lectura, del profeta Isaías: “¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor? Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos”.

El ayuno que Dios quiere no es el ayuno del que pretende medirse con Dios, exigirle recompensa de salud y prosperidad en esta vida y además la vida eterna, a cambio de sus sacrificios, de sus obras, de su abnegación, de sus ayunos materiales o espirituales de cualquier tipo.

El ayuno que Dios no quiere en el fondo es una contradicción. Parece una renuncia pero en el fondo no lo es, pues consiste en acumular justificaciones para presentárselas a Dios como justificación para ser salvos. El fariseo, y todos tenemos la tentación de serlo, pretende subir por si sólo la cima de su salvación cargando con un saco pesadísimo de ayunos de todo tipo, un lastre que sólo sirve para hacer más difícil el camino, pero sobre todo un laste que sólo manifiesta no haber entendido y acogido la misericordia de Dios.

El ayuno que Dios quiere es el ayuno que comporta la valentía en la vida para posponerlo todo, para renunciar a lo que haga falta, para poder tener la libertad de seguir a Jesús. Y ese es el ayuno que los discípulos de Jesús hicieron desde el primer momento en el que fueron seducidos por su palabra, por su mirada, y por su llamada. Dejaron las redes, y se fueron con él. Y estando con él, lo importante es disfrutar con Él: conversar con Él, comer con él, llenar de sentido, de alegría, de plenitud la vida con Él. Que ya llegarán momentos de prueba en los que Jesús, aún manteniendo su promesa de no abandonarles (“Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”: Mt. 28,20), desparecerá de su vista tras su muerte en la Cruz, y hasta el tercer día no se hará el encontradizo en el camino de Emaús cuando musitaban el ayuno de la tristeza, ni se aparecerá en medio de ellos para traerles la paz y la alegría de la Resurrección.

El ayuno que Dios quiere es el ayuno que no quiso hacer el joven rico, el ayuno de venderlo todo para comprar el tesoro del Reino de Dios, el ayuno de perder todo apego sobre las cosas perecederas porque la verdadera felicidad no está en ellas, sino en el encuentro con Aquél que es el único capaz de llenar de sentido y de plenitud de vida, de saciar los anhelos más profundos de infinitud y de amor que anidan en el alma de todos los hombres, creados a imagen y semejanza de Dios y por tanto con esa especie de permanente nostalgia de Dios que nos hace reconocer la insatisfacción que nos proporcionan las cosas finitas.

El ayuno que Dios quiere es el de una valiente elección. Dejar de un lado las migajas de lo que no nos hace felices pero siempre nos han dicho que es lo que nos hace felices, y acudir al gran banquete del encuentro con el Señor, ese en el que aún en la pobreza material, se comparte la riqueza de su presencia, porque “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”.