“El Señor habló a Moisés: Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: ‘Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No robaréis ni defraudaréis ni engañaréis a ninguno de vuestro pueblo. No juraréis en falso por mi nombre, profanando el nombre de Dios. Yo soy el Señor. No explotarás a tu prójimo ni lo expropiarás. No dormirá contigo hasta el día siguiente el jornal del obrero…”

Así, en la Biblia aparecen bastantes prohibiciones … Muchas veces pensamos que la vida cristiana es un montón de cosas que no se pueden hacer, dejando poco margen para la acción. Pero cuando el Señor dice “no”, suele concretar algo más importante. No hay que robar o defraudar porque esté feo o no quede bien, sino que el que busca acercarse a la santidad de Dios ni se le ocurre maltratar a los que también son hijos de Dios. Todos esos “noes” descansan sobre un gran “Sí”, que no son arbitrarios o caprichosos.

“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Esas palabras no son el premio para no haber hecho cosas malas, sino el de haber llevado a cabo muchas cosas buenas: por Cristo y en Cristo. Por eso, tal vez en el seguimiento de Cristo lo menos importante sea hacer cosas …

“Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.” Así, esos destinatarios no hicieron nada, y seguramente tampoco cosas malas, ni buenas … “simplemente” mostraron su indiferencia ante Dios y los demás.

La Virgen no fue una “activista”, pero nos deja la mayor obra de Dios Padre, a su Hijo encarnado en sus entrañas y nos lo ofrece generosamente a todos … ese es el gran “Sí” de Dios a los hombres.