“Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: ‘Este es mi Hijo amado; escuchadlo”. No sería una voz atronadora, de esas que dan miedo. Estaba hablando un Padre de su Hijo, y seguro que lo haría con todo el cariño. Le estaba hablando a los amigos de su Hijo, y les decía ese imperativo que nace del amor, de lo que realmente les hará felices y les llenará el corazón. No es un imperativo que se impone desde el miedo o la amenaza, sino desde el amor.

“Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: ‘¡Abrahán, Abrahán!’ Él contestó: ‘Aquí me tienes’. El ángel le ordenó: ‘No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo”. Dios grita en muy pocas ocasiones … Así, nos dijo todo lo que tenía que decir en su Hijo Jesucristo y la gracia nos abre el oído para escuchar.

Pero, a veces, el hombre se desquicia. Abrahán creía que Dios le mandaba sacrificar a su hijo como los dioses de los pueblos vecinos. Su Dios, el Dios de las promesas se había vuelto un sanguinario. Sin embargo, Dios le grita para que detenga su mano y conozca al Dios de las bendiciones, al Dios que busca nuestro bien y nuestra felicidad.

En ocasiones Dios grita, en especial cuando el hombre se levanta contra el propio ser humano … asesina niños y ancianos, deja a otros morir de hambre, lo utiliza y lo explota. Entonces Dios grita, y el hombre, más sordo todavía, le grita a Dios preguntándole “¿Dónde estás?” … algunos desde la impotencia, otros desde la prepotencia … Pero, como dirá san Pablo: “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”.

Le pedimos a la Virgen que nos afine el oído y que nos haga rezar más y mejor. Que descubramos el fuerte grito de Jesús en la Cruz …. Y, después, el susurro de la piedra del sepulcro abriéndose para mostrar a Cristo resucitado.