Comentario Pastoral


LA PURIFICACIÓN DEL TEMPLO

La escena de la expulsión de los vendedores y cambistas del templo de Jerusalén, que se lee en el evangelio de este tercer domingo de Cuaresma, ha sido motivo de inspiración para muchos pintores. Hay algunos cuadros y tapices muy elocuentes por su vivo realismo gráfico: los cambistas de dinero rostro en tierra, las mesas y escabeles derribados, las monedas por el suelo, las palomas volando… y Cristo en medio de este caos de cuerpos y cosas avanzando majestuoso con el brazo alzado con el látigo y el rostro perfectamente sereno.

E inmediatamente surge la pregunta: ¿dónde está la no violencia de Cristo, que es el Príncipe de la paz?, ¿dónde está su caridad y su justicia? Se equivoca quien piense que la no violencia consiste en pronunciar palabras enfáticas y lisonjeras y en hacer ademanes corteses y diplomáticos. La no violencia es caridad que puede expresarse con un azote o mediante un beso. La no violencia es serenidad interior.

La presencia de los vendedores en el templo era un servicio bien montado para ahorrar tiempo y cansancio a quienes debían comprar palomas, ovejas y bueyes para el sacrificio. Los cambistas de dinero facilitaban las monedas válidas para la ofrenda ritual. Todo era conforme a la ley y el sistema establecido. Sin embargo, la frase de Jesús es enormemente significativa: «no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Lo que Jesús denuncia es el lugar donde se habían instalado.

Es verdad que la casa de oración no puede ser lugar de ganancias. Todos los que entran en la iglesia en pos de riquezas o de honores o de tranquilidad o de seguridad o de beneficio personal es mercader que merece ser expulsado desde el genuino significado del «templo nuevo» de la presencia de Dios en medio de los hombres, que es Cristo. Su cuerpo crucificado y resucitado es el santuario de Dios, el lugar de la verdadera adoración, la casa del Padre, el centro del culto nuevo, el templo de la definitiva Alianza.

El gesto simbólico y profético de Jesús al purificar el templo significa que se debe pasar de una religión superficial e interesada a una vivencia pura de la fe pascual, de unas prácticas externas supersticiosas a un culto en espíritu y verdad.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Éxodo 20, 1-17 Sal 18, 8. 9. 10. 11
Corintios l- 22-25 san Juan 2, 13-25

 

de la Palabra a la Vida

A veces nos sucede que, por comprender las palabras, nos creemos que ya entendemos el sentido de lo que escuchamos, cuando realmente no es así. Esto sucede con el evangelio de hoy: «El templo de su cuerpo». Jesús hablaba del templo de su cuerpo, nos dice el evangelio. El santuario hecho por hombres se tiene que venir abajo para que en tres días se levante uno no hecho por hombres. El primer templo, el que Jesús purifica en el evangelio, es testigo de la desobediencia del pueblo a la Ley de Dios, enunciada en la primera lectura. El segundo es la alternativa perfecta, pues manifiesta hasta el último momento la obediencia salvadora.

En el tercer domingo de Cuaresma, la Iglesia anuncia el final del Hijo, su sacrificio profetizado. Estas palabras serán empleadas en su juicio en su contra, pero en adelante, su Cuerpo resucitado será el nuevo templo desde el que se celebrará el culto anunciado a la samaritana, «en espíritu y en verdad».

Sí podemos fijarnos en la enseñanza cuaresmal que nos deja este evangelio: la fe de aquellos que vieron a Jesús purificar el templo. Este signo va a convertirse en prueba segura para los creyentes. Si el domingo pasado la obediencia provocaba el signo, la transfiguración, hoy el signo causa la fe. No se puede avanzar por la Cuaresma sin la fe. El camino por el desierto, entre pobres imágenes y visiones, se ampara en esos pobres signos para creer, y permite que el creyente no se olvide del camino que Jesús le marca, sino que siga avanzando.

El pueblo de Israel será fiel a Dios por el desierto, cumplirá los mandamientos solamente si avanza con fe. En la Cuaresma, el nuevo pueblo de Dios camina hacia la Pascua motivado por la fe en lo poco que ve: le basta para perseverar en la espera de la victoria de Cristo. Solamente la fe puede motivar que, ante un Cristo crucificado, como el que vamos a encontrar al final de este tiempo, el creyente quiera perseverar. Es apropiado, con lo que estamos viviendo en este tiempo, de nuevo en esta Cuaresma, que perseveremos mirando a la Pascua, teniendo en cuenta lo poco que vemos en el presente, si echamos un vistazo a nuestro alrededor.

La austeridad, la obediencia, la fe. Así, la Iglesia va entrando en la dinámica pascual. No es una dinámica que nos resulte extraña, ajena: es la que practicamos cada día en la celebración eucarística. Los signos en ella no hacen que nuestra fe se debilite: al contrario, se hace más fuerte. Los signos son pobres, humildes, pero conducen a un misterio mayor.

La primera invitación será entonces a no despreciar lo pequeño al entrar en la celebración, pues tiene la misión de conducirnos a Cristo glorioso, templo nuevo, más grande, invisible. Israel avanzaba en la visión con poco que ver, el signo del maná, los pájaros que les alimentan, las columnas de fuego y nube, eran una invitación a creer, a caminar. ¿Me ayuda a creer lo que veo en la celebración de la Iglesia? ¿Hago la experiencia de buscar el Cuerpo de Cristo, de entrar confiado en él?

Hemos entrado en la segunda parte de la Cuaresma y la enseñanza se vuelve más intensa, no perdamos detalle de lo que la Iglesia nos ofrece en su celebración día a día: sin la fe no podremos afrontar a un maestro que va a caer abajo cual templo arrasado, y nos precipitaremos a la desesperación antes de tiempo, antes de la Pascua. Sólo una intensa fe cuaresmal prepara a una feliz pascua. Solamente podremos, entonces, pedir al Señor en estos días que nos aumente la fe, pues la apariencia de debilidad del Maestro oculta una fuerza sólo a la vista de los corazones creyentes.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de la espiritualidad litúrgica

A menudo valiéndose de las palabras de los salmos podemos orar con mayor facilidad y fervor, ya que se trate de dar gracias y alabar a Dios en el júbilo, ya de invocarlo desde lo profundo de la angustia. No obstante -sobre todo si el salmo se dirige inmediatamente a Dios- surgen a veces ciertas dificultades. Pues el salmista como poeta que es, habla al pueblo trayendo a la memoria la historia de Israel, a veces interpela a otros sin exceptuar siquiera a las criaturas irracionales. Es más: nos presenta a Dios y a los hombres hablando entre sí, e incluso a los enemigos de Dios, como sucede en el salmo segundo. Con lo cual se manifiesta que el salmo no tiene el mismo argumento de oración que las preces o colectas compuestas por la Iglesia. Además, la índole poética y musical de los salmos no exige necesariamente que se dirijan a Dios, sino que se canten ante Dios como advierte San Benito: «Consideremos de qué modo conviene estar en la presencia
de la Divinidad y de sus ángeles, y recitemos los salmos de modo que nuestra mente concuerde con nuestra voz.

(Ordenación General de la Liturgia de las Horas, 105)

 

Para la Semana

 

Lunes 8:

2 Re 5, 1-15a. Muchos leprosos había en Israel, sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más
que Naamán, el sirio.

Sal 41. Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo veré el rostro de Dios?

Lc 4, 24-30. Jesús, igual que Elías y Eliseo, no ha sido enviado únicamente a los judíos.
Martes 9:

Dan 3, 25. 34-43. Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde.

Sal 24. Señor, recuerda tu misericordia.

Mt 18, 21-35. Si cada cual no perdona de corazón a su hermano, tampoco el Padre os
perdonará.
Miércoles 10:

Dt 4, 1. 5-9. Poned por obra los mandatos.

Sal 147. Glorifica al Señor, Jerusalén.

Mt 5, 17-19. Quien cumpla y enseñe será grande.
Jueves 11:

Jr 7,23-28. Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios.

Sal 94. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

Lc 11,14-23. El que no está conmigo está contra
mí.
Viernes 12:

Os 14, 2-10. No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos.

Sal 80. Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.

Mc 12, 28b-34. El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y lo amarás.
Sábado 13:

Os 6, 1-6. Quiero misericordia, y no sacrificios.

Sal 50. Quiero misericordia, y no sacrificios.

Lc 18, 9-14. El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no.