En la primera lectura encontramos una oración hecha por Daniel. Es, al mismo tiempo una confesión de los pecados y, al mismo tiempo, un reconocimiento de la misericordia de Dios. Daniel entiende que la situación del pueblo de Israel, que se encuentra en el destierro, es consecuencia de su infidelidad a Dios que concreta en no haber hecho caso de lo que este les hacía saber a través de los profetas.

Transponiéndolo a nuestra vida podemos aplicarlo en varios niveles. Por una parte, quizás no valoramos suficientemente que la insatisfacción profunda que podemos experimentar provenga de no vivir intensamente nuestra relación con Dios; de no serle totalmente fieles. Podemos juzgar que el malestar que experimentamos viene de que las cosas no salen como nos gustaría, de la frustración en nuestro desarrollo profesional, … Pero nuestro corazón ha sido hecho para encontrar la felicidad en Dios y, aun en medio de las dificultades, encontrar en él descanso.

Por otra parte, Daniel, nos lleva a una consideración objetiva. Pensar si atendemos a lo que Dios quiere de nosotros o nos quedamos sólo en una consideración de nuestros proyectos e ilusiones. Una de las advertencias recurrentes en el tiempo de Cuaresma se dirige a “escuchar la voz del Señor”.

Al mismo tiempo podemos haber tomado conciencia de nuestros pecados (de aquello por lo que hemos roto nuestra relación con Dios y con los hermanos y nos hemos dañado a nosotros mismos). Puede que como Daniel podamos decir: “nos abruma la vergüenza”. ¿Qué sucede entonces? ¿Se ha acabado todo? De ninguna manera. También allí escuchamos la proclamación segura de que “nuestro Dios es compasivo y perdona, aunque nos hemos rebelado contra él”.

Si hemos descendido a las honduras de nuestro corazón para descubrir lo que lo afea y la causa de nuestras tristezas y decepciones, ahora hemos de elevar la mirada a Dios para comprender su misericordia y dejarnos perdonar. Muy expresivo, en este sentido, el salmo de la Misa de hoy: “que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados”. Sí, el pecado agota y marchita nuestra existencia. Experimentamos un cansancio porque nos es dificultoso amar. Pero Dios puede cambiarnos totalmente.

Por otra parte, el evangelio de hoy nos indica cómo hemos de vivir los que hemos conocido el amor y el perdón de Dios: “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Ese es el camino, que se concreta en no juzgar y no condenar; en perdonar y en dar a los demás.

Todo esto nos lleva a querer contemplar cada vez más el amor infinito de Dios. Hoy, que iniciamos el mes de marzo, dedicado a san José, le pedimos al santo Patriarca que nos ayude a ver nuestra vida y la de nuestro prójimo desde la misericordia de Dios.