En la primera lectura encontramos una llamada de Dios a la conversión sincera. Algunos versículos, que no se leen hoy, hablan de un culto que no agrada a Dios porque no va acompañado de buenas acciones. Ofrecen sacrificios, pero las manos están manchadas de sangre. Siempre hay el riesgo de caer en un ritualismo formalista. Por el contrario, la liturgia, va unida tanto a lo que creemos (doctrina) como a la vida (moral). Son inseparables y no pueden entenderse como compartimentos estancos. Así lo refleja también el salmo cuando dice “¿Por qué recitas mis preceptos/ y tienes siempre en la boca mi alianza/ tú que detestas mi enseñanza/ y te echas a la espalda mis mandatos?”.

En el Evangelio Jesús concreta, en la figura de los maestros de la ley, esa escisión entre la enseñanza y el comportamiento: “haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen”.

En nuestro caminar cuaresmal encontramos aquí importantes indicaciones. Podemos pensar, por ejemplo, en la sinceridad de nuestro culto. Con alegría veo, durante la cuaresma, que aumenta la participación en la Misa diaria y también que hay asistencia al rezo del Via Crucis. Igualmente, me consta, que hay personas que intensifican su oración con otras prácticas de piedad. Todo ello nos ha de ayudar también que, con la ayuda de la gracia de Dios, se vaya transformando nuestro interior según la medida del amor de Dios.

Fijémonos en que el texto de Isaías mueve a la conversión desde la confianza en Dios, que es misericordioso y que puede cambiar totalmente nuestra vida. Dice “aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana”. Esa imagen nos indica la transformación profunda que podemos experimentar en nuestra vida si nos abrimos a la misericordia de Dios. En ese sentido se nos muestra un camino para conocer el don del amor de Dios. Se nos llama a practicar la misericordia con los que nos rodean: “buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda”. En el culto somos llevados a elevar nuestra mirada a Dios, fuente de todo bien, pero también allí encontramos la mirada bondadosa de Dios que nos lleva a fijarnos en los que pasan desapercibidos, en los que sufren, en aquellos a los que quizás no damos importancia. En la adoración a Dios “aprendemos a hacer el bien”, que nos lleva a participar de la bondad de Dios y a querer vivir de la misma manera que Jesús nos ha enseñado.

En este mes de san José pedimos al santo Patriarca que nos ayude a tener la misma disponibilidad que él tuvo al servicio de Dios. El Papa Francisco en la Carta Patris corde, nos dice: “cada persona necesitada, cada pobre, cada persona que sufre, cada moribundo, cada extranjero, cada enfermo, cada prisionero, cada enfermo son “el Niño” que José sigue custodiando”. Que con él podamos unirnos al servicio de Jesús.