Este año, que también es Jacobeo por coincidir la fiesta del Apóstol con Domingo, me ha recordado alguno de las veces que he recorrido el camino de Santiago. Especialmente vívida fue la primera, en el año 1989, con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II y la Jornada Mundial de la Juventud. Entonces, junto con otros amigos también inexpertos, había días en que, movidos por el entusiasmo realizábamos etapas demasiado largas. Nos lo habían desaconsejado personas con más experiencia pero, como nos creíamos con fuerzas, sus palabras caían en saco roto.

Ahora que estamos en Cuaresma, que en cierto sentido se antoja como un camino largo, de me ocurre que también hemos de acostumbrarnos a las distancias cortas. Así parece sugerirlo también el evangelio de hoy, donde se nos propone la parábola del pobre Lázaro y del rico quien, por una derivación del verbo griego “epuleo” (banquetear), ha venido a ser conocido como Epulón.

San Agustín comenta que si Lázaro alcanzó el seno de Abraham no fue por su pobreza, sino por su humildad y que a Epulón lo condenó su soberbia e incredulidad. La vida de Epulón se caracteriza por el deseo de agotar los días en un disfrute continuo sin ninguna atención a la trascendencia (“banqueteaba espléndidamente cada día”). Ello le conducía a una indiferencia hacia Lázaro. Era incapaz de ver a quien necesitaba de su misericordia.

Ciertamente aquel rico cabría calificarlo como inmovilista. Pero, en ocasiones (y me ha sucedido más de una vez), queremos en Cuaresma realizar grandes cambios y nos proponemos metas que, al final, nos dejan derrengados al borde del camino. Quisimos abarcar demasiado y al final sólo queda el desánimo.

Pienso en Epulón, hombre al que quizás le fuera difícil cambiar radicalmente de vida (acostumbrado como estaba a una vida regalada). Pero tenía una oportunidad a pocos metros de su mesa: aquel hombre que se consumía de hambre y al que los perros lamían las llagas (símbolo del estado abyecto en que se encontraba y de su absoluta indefensión), podía haber despertado en él una chispa de humanidad. Pero no fue así.

Le faltó al rico mirar un poco a su alrededor (salir de su ensimismamiento), y quizás entonces, sorprendido por la presencia de Lázaro hubiera dado un pequeño paso.

En esta Cuaresma creo que podemos intentar mirar un poco a nuestro alrededor y ver qué podemos ofrecer. Igual descubrimos, quizás en el propio hogar, a alguien que está necesitado de conversación y nosotros se la podemos dar; o que se encuentra solo y podemos acompañarlo de vez en cuando. Pasos pequeños, con los que la musculatura de la caridad, a veces endurecida por la falta de práctica o el esfuerzo excesivo, empieza a desentumecerse hasta encontrar el paso ligero y constante en la práctica del bien.

Epulón vivía para sí mismo y por ello se regalaba con toda clase de placeres. Resulta difícil pensar que, de haber entrado en el cielo, donde la vida es comunión de amor, se hubiera sentido a gusto. Todo amor auténtico exige cierta reciprocidad.

Que san José, que acompañó en el servicio diario a la Virgen María y al Niño Jesús, nos ayude a estar atentos para que nadie, a nuestro alrededor, quede solo y sin ayuda.