Se pueden decir muchas cosas sobre la necesidad de la existencia de un mercado cercano al templo de Jerusalén, en el que se podían adquirir animales para el sacrificio y cambiar monedas para presentar la ofrenda. Pero, aquel mercado parce que había ido ocupando el espacio del templo. Y tras el gesto de Jesús podemos intuir también que se había producido una cierta falsificación del verdadero culto. Por eso dice Jesús “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.

La Cuaresma es tiempo de purificación y también de encuentro con el Señor. La imagen de Jesús expulsando el mercado del templo nos recuerda la necesidad que también nosotros tenemos de renovar nuestro corazón. Limpieza que sólo puede ser realizada plenamente por Cristo. Señaló el Papa Francisco: “¿Vosotros sabéis cuál es el látigo de Jesús para limpiar nuestra alma? La misericordia. Abrid el corazón a la misericordia de Jesús. Decid: “Jesús, mira cuánta suciedad. Ven, limpia. Limpia con tu misericordia, con tus palabras dulces; limpia con tus caricias”.

En el gesto del Señor se nos descubre también su corzón. Los discípulos recuerdan un texto: “el celo de tu casa me devora”. También los judíos piden una explicación, como si intuyeran que detrás del gesto de Jesús se escondía algo más grande. También nosotros descubriremos en la cruz como Jesús lleva hasta el extremo el celo que hoy le impulsa a purificar el templo. Su amor le devorará consumando el verdadero sacrificio del que eran imagen los que se ofrecían en el templo. También entonces se cumplirá lo que hoy anuncia: “destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Vendrá la realidad nueva y, a través de su humanidad resucitada, tendremos acceso a Dios Padre. La figura del antiguo templo deja paso a la realidad nueva.

En este tiempo de Cuaresma, la escena nos lleva a fijarnos en lo esencial de nuestra relación con Cristo. Por el bautismo tenemos acceso a Dios a través de Jesús. Es un buen día para pensar si nuestra vida religiosa pasa por el encuentro personal con Jesús. Jesús nos llama a la purificación interior y a descubrir el verdadero culto que es el que encontramos en él. Su cuerpo es el nuevo templo. Jesús se ofrecerá en la cruz por todos nosotros y su entrega amorosa nos reconciliará con el Padre. Esa nueva realidad es la que ha de mover nuestra vida. Todo lo que después la acompañe no será superfluo si nos acerca más a él o nos ayuda a seguirlo mejor.

Dios nos ha abierto su La para que entremos en lo más profundo de su amor y nos da la fuerza para que nuestro culto no quede reducido a lo ritual sino que se extienda a toda nuestra vida mediante la vivencia de la caridad. El celo (amor) con el que Jesús purifica el templo es el mismo que nos da a nosotros, para que nosotros ardamos en su amor y nuestra vida sea una ofrenda agradable a Dios.

San Pablo nos lo recuerda en la segunda lectura. Por encima de cualesquier signo o sabiduría nos dice el apóstol que continuamente hemos de buscar a Cristo crucificado. Casi sin darnos cuenta buscamos de continuo señales que garanticen nuestra fe (como el signo que le piden a Jesús), o queremos encontrar seguridad en una pretendida sabiduría religiosa. San Pablo nos dice que miremos a Jesús crucificado y que allí descubriremos la fuerza y la sabiduría de Dios. Continuamente hemos de ser limpiados por el Señor para descubrir un amor que siempre es más grande de lo que imaginamos. Ese amor que se nos muestra en Jesús crucificado.