Viernes 12-3-2021, III de Cuaresma (Mc 12,28-34)

“¿Qué mandamiento es el primero de todos?”. Esta era la pregunta fundamental para un judío. Ya la Ley de Moisés, contenida en la Torah –los cinco primeros libros de la Biblia–, incluía 613 mandamientos. A estos se les habían añadido un sinfín de preceptos legales, cultuales y éticos, con sus correspondientes interpretaciones y excepciones, que hacían de la ley judía una verdadera maraña confusa y complicada. Por eso, las principales corrientes rabínicas habían discutido mucho sobre cuáles eran los mandamientos principales sobre los que se sostenían todos los demás. A lo mejor, a ti y a mí toda esta discusión intrincada de leyes, mandamientos y preceptos nos parece bastante lejana… Pero, ¿y si cambiamos un poco la pregunta? ¿Te acuerdas de ese escriba que preguntó al Señor: “Qué he de hacer de bueno para heredar la vida eterna”? Pues en el fondo se interrogaba sobre lo mismo. ¿Qué es lo verdaderamente necesario para ser feliz? ¿Cómo debo actuar para tener una vida plena aquí en la tierra y por toda la eternidad en el cielo? En el fondo, esta es la misma cuestión que le propusieron a Jesús… Una pregunta que a ti y a mí nos toca también en lo más íntimo de nuestro corazón.

“El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El mandamiento principal y primer es este: “Escucha, Israel”. Ante todo, lo primero que Dios pide al hombre es que escuche. Antes que actuar, debemos dejar que la voz de Dios entre en nuestros oídos y penetre hasta lo profundo de nuestro corazón. Por eso, la fe es el primer mandamiento, antes de todo lo que podemos hacer por Dios. Fe que es reconocer a Dios como “el único Señor” de nuestra vida y de nuestro mundo. Fe que también implica una relación personal, íntima, real con aquel que es “nuestro Dios”, un diálogo entre el Creador y la criatura. Y este diálogo, esta relación, implica todas las dimensiones y resortes de nuestra vida: “toda tu alma, toda tu mente, todo tu ser”. Una vez más, Jesús nos vuelve a recordar que en nuestra vida Dios debe ser lo principal y primero. Amar al Señor con todo nuestro ser no puede ser una tarea más entre otras de nuestra lista de quehaceres cotidianos, sino la razón profunda de nuestra vida. Así debemos amar a Dios: con todos nuestros pensamientos, palabras y acciones, con todo nuestro tiempo, con todas nuestras energías y fuerzas, con todo lo que somos y tenemos. Porque el Amor, sólo con amor se paga.

“El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos”. Dios, que sabe que los hombres somos duros de corazón y de cabeza, quiso resumir los 613 preceptos de la Ley de Moisés en los 10 mandamientos, donde se encuentra la esencia de la moral natural. A su vez, Jesús resumió los 10 mandamientos en dos, como aparece en el texto evangélico de hoy. Pero estos dos mandamientos se pueden resumir a su vez en una sola palabra: “Amarás”. Amar es la acción más verdadera y auténticamente humana, porque no trata al otro –ya sea hombre o Dios– como un objeto sino como un tú, con una dignidad inalienable. Sólo al amar se entrega la parte más íntima y personal del hombre, el corazón. Por eso, es lo único que Dios pide al hombre. El Evangelio de hoy nos recuerda que para vivir bien no hacen falta muchas reglas, sólo una: amar.