Siempre me ha llamado la atención lo escrupulosamente respetuoso que es Dios con nuestra libertad, lo respetuoso que es con nuestra libertad. Parafraseando a San Agustín, Dios es tan respetuoso con nuestra libertad que aunque nos creó sin nuestro consentimiento no nos salvará sin él. Por eso esas continuas invitaciones en el Evangelio o, como ocurre hoy, en los antiguos profetas, invitaciones a la salvación.

Hace poco escuchaba, en un video de internet, una homilía del Cardenal Cantalamesa, en la que expresaba esa continua invitación de Jesús a llevarnos a la salvación. En su predicación utilizaba el siguiente ejemplo, la vida es como un viaje en diligencia, un viaje en el que vamos sentados en el pestante al lado del Señor, normalmente nos aferramos a la riendas, mientras que Él, con dulzura, pero con firmeza nos invita a cederle la dirección de nuestras vidas, a cederle las riendas de nuestro destino y alcanzar así la verdadera felicidad. Nunca cogerá las riendas sin permiso, nunca abandonara su puesto junto a nosotros, siempre respetara nuestra libertad y nos acompañará por senderos oscuros, incluso por senderos completamente equivocados, incluso admite que le ignoremos durante todo el viaje, porque nuestro Dios es un Dios discreto.

El tiempo de cuaresma es un momento especialmente propicio para escuchar esa llamada inminente de la Luz que ilumina nuestras tinieblas, de la luz que ilumina cualquier tiniebla. Incluso las tinieblas del entendimiento, y por eso lo que al principio nos puede parecer difícil, el texto de Juan que la liturgia nos propone hoy lo es, vuelve a presentarnos con claridad la universalidad de la salvación. ¿Cómo aceptar pues la salvación? Actuando conforme a la bondad de las cosas, haciendo lo que Dios quiere, y cuando no sepamos hacia dónde dirigir nuestro camino, confiemos en que, como mínimo, si tenemos claro lo que Dios no quiere, lo que no nos conduce a Él.

Cuando en la Vigilia Pascual la luz del cirio, rasgue las tinieblas, de nuevo nos recordará, que aún la tiniebla más oscura, se rompe, desaparece con la luz más tenue. Por eso al escuchar las invitaciones de Jesús, sonriamos confiados y aceptemos, en nuestros quehaceres, en nuestras cotidianidades, la invitación de Jesús a ser salvados, entregad las riendas de vuestra vida, a quien iluminará vuestras tinieblas.