Hace unos años paseando por la playa me comentaba un chaval malagueño, con el que he compartido unas cuantas pascuas y campamentos, que él quería ser un hombre gris, es decir, un hombre silencioso, un hombre que se encontrase en paz consigo mismo, que no necesitase estar siempre en el centro de lo que pasa, un hombre querido, pero discretamente, profundamente amado por su familia, me decía que no le interesaba ser famosos, que no le interesaba destacar…

En aquel entonces, y tal vez hoy, Adrián, así se llama aquel muchachillo, me dio una interesante lección, la de la humildad, porque yo soy todo lo contrario que él, a mí me encanta la farándula y reconozco que me gusta una cierta notoriedad. Meditando sobre la inmensa figura que hoy celebramos, la del Patriarca San José, he recordado aquella conversación y también a aquel maestro espiritual que ya en el noviciado me dijo que en la vocación hay también algunas razones poco nobles, bastardas las llamaba él. Y me han recordado ambas a San José porque probablemente él sea el prototipo del hombre discreto, del hombre sencillo que siempre ocupó el segundo lugar, que siempre permaneció detrás, pero sin el que las cosas no hubieran sido igual, secundario de oro que hace brillar con más nitidez a los protagonistas de esta historia, que es de salvación.

A San José el evangelio le dedica pocas palabras, de hecho sabemos bien poco de él, sin embargo su figura se nos presenta inmensa, el hombre fiel que acogió al Señor bajo su techo, que lo cuidó y acompañó en los primeros años, que le enseñó su profesión, quien le acompañó a la sinagoga cada sábado, cuyos ojos orgullosos brillaban al hablar de su hijo… el hombre que riñó a Jesús cuando, caprichoso, se merecía una corrección, quien junto a María pergeñó la Divina Infancia.

Dicen los psicólogos que casi todo se juega en la infancia y la adolescencia, que luego somos «víctimas» del niño que fuimos, y que el suelo de nuestra existencia, la seguridad, la autoestima… se construyen en la familia, campo de pruebas de la vida… custodio de todo eso fue san José, en el más absoluto silencio y prácticamente en el anonimato… que misterios tan grandes los de Dios, solo la vida de Jesús nos habla de que aquel carpintero hizo un trabajo superlativo.

Tal vez José no hizo nada fuera de lo común, simplemente se ocupó de su familia, simplemente atendió a su familia, simplemente aceptó la vocación a la que Dios le invitaba… tan simple y tan grandiosos a la vez. Una explicación sencilla de lo que realmente es la santidad, la callada hermosura de las rosas, que aún siendo tan hermosas no saben que lo son… nada de épica, nada de grandes relatos, la simplicidad del amor cotidiano, la santidad gris imprescindible sin la que la Iglesia no sobreviviría.

En este año especial dedicado a su figura el Papa Francisco nos pone de nuevo frente a los ojos, nos propone como modelo al santo de la vida cotidiana, al santo gris que nunca hubiera salido en la redes sociales, pero sin el que nada hubiera sido posible. Hazme Señor un santo gris como lo fue José, santo de lo cotidiano, santo de andar por casa.