Comentario Pastoral


COMIENZA LA SEMANA SANTA

Con el domingo de Ramos comienza la Semana Santa, el período más intenso y significativo de todo el año litúrgico. En ella se celebra el acontecimiento siempre actual, sacramentalmente presente y eficaz, de la pasión, muerte y resurrección del Señor. La Semana Santa, que culmina con el festivo «Aleluya» de Pascua, se abre con el episodio de la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén. Agitando palmas y ramos de olivo se revive en la procesión el triunfo de Cristo. Pero estas aclamaciones de alegría durarán poco tiempo, pues enseguida resonarán las notas dolorosas de «la pasión de Jesús y los gritos hostiles contra él, que a pesar de ser inocente, fue condenado a la muerte de cruz. Muchos de los que hoy gritan «hosanna» el viernes gritarán «crucifícalo».

Mueve a meditación contemplar a Jesús sentado sobre un pollino, en medio de tanto tumulto y aclamaciones y ramos agitados. Jesús sabe a donde va, por eso avanza entre la multitud con ánimo sereno. Es consciente de que los aplausos del domingo de ramos se tornarán en silencio, insulto o petición de muerte dentro de pocos días.

Hoy comienzan de nuevo los días de la Pasión con los mismos papeles y actores que la primera vez: los espectadores indiferentes, los que se lavan las manos siempre, los cobardes que afirman no conocer a Cristo, los verdugos con sus látigos y reglamentos. Y la misma víctima dolorida, infinitamente paciente y llena de amor, que dirige a todos su mirada de interrogación, de ternura, de espera. Y se siguen distribuyendo los papeles, para que empiece el drama. ¿Quién interpreta a Simón de Cirene? ¿Quién quiere ser Judas? ¿Quién va a hacer de Verónica?

La pasión no basta con leerla en el texto evangélico; hay que meditarla, asimilarla, encarnarla en la propia vida pudiendo ser el actor que queramos. El relato de la pasión nos hará ver a lo vivo los signos del sufrimiento de Cristo, que es traicionado, escarnecido, cubierto de esputos, flagelado y crucificado. Su ejemplo altísimo de docilidad a Dios y de cumplimiento de la voluntad divina es la más esclarecedora expresión y el gesto más profundo y auténtico de amor, que llega hasta derramar la última gota de sangre para salvar a todos.

Entremos, pues, en la Semana Santa; entremos en el Misterio Pascual que hoy se inicia, disponiéndonos a vivir estos días en sintonía perfecta con Cristo.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Isaías 50, 4-7 Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
Filipenses 2, 6-11 san Mateo 27, 11-54

 

de la Palabra a la Vida

Nuevamente, el deseo de la Iglesia de imitar procesionalmente la entrada de Jesús en Jerusalén antes de su pasión nos advierte de cómo la Esposa ha captado con profundidad lo que sucedió en aquella primavera en la que Jesús y los suyos entraban en la ciudad santa por las fiestas pascuales. Sin duda, la Iglesia ha captado la necesidad de que el Esposo no avance solo hacia el patíbulo: ella quiere acompañarlo, quiere compartir con Él el trago amargo del sacrificio. ¿Cómo entender, si no, la belleza de la invitación de la Iglesia a que en nuestras comunidades y parroquias imitemos litúrgicamente lo que el Señor hizo? Esto es tan cierto que la lectura de Pablo a los filipenses lo reafirma: «Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús». En estos días, Cristo no está solo, Cristo es la cabeza que avanza con su cuerpo. Su padecimiento es para la salvación del mundo, por eso la Iglesia no puede abandonarlo, no puede celebrar sin más, sin moverse del templo, sin repetir con devoción el camino del Señor. Así confiesa además algo que ha aprendido desde muy antiguo: el Señor, el Rey de Israel, el Hijo de David, va a obtener por la cruz su triunfo.

La subida de la Iglesia a la ciudad santa es un anuncio del triunfo definitivo que se realizará por su muerte salvadora en la cruz. Aquel camino de alabanzas y honores, de vítores y festejos, se dirige hacia la muerte del hombre, y esta hacia la muerte de la muerte, y por esta a la gloria eterna. Es por esto que la Iglesia quiere estar preparada con esta procesión para celebrar estos misterios en los que se juega la eternidad. El elemento central de la procesión es el borrico en el que avanza Cristo: sólo un rey podía entrar así en la ciudad. Ya hacía años, también en un borrico, Cristo, siendo un niño, había entrado en Egipto, lugar de la muerte en la tradición de Israel y del Antiguo Testamento, para anunciar lo que se anuncia hoy, lo que se celebra en esta semana. La llave que abre las puertas de la eternidad, del paraíso, que fueron cerradas tras el pecado de Adán, es la obediencia de Cristo. Esta obediencia se manifiesta hoy en la docilidad con la que Jesús acepta este destino macabro entre alabanzas y aclamaciones. Pero no va solo, por eso canta la Iglesia las palabras del Señor en la cruz: ella está unida a Él, ora como Él, y experimenta esa unidad para que no quede duda acerca de nuestras intenciones en esta semana. Con el relato de la pasión según san Marcos que hoy se proclama en el evangelio, la Iglesia realiza un pregón de estas grandes fiestas donde Cristo y la Iglesia van a entrar en la gloria del Padre, gloria que perdimos con nuestro primer padre, Adán. Es cierto que esto no es extraño para nosotros: cada día, esta subida al monte de la gloria se realiza en la celebración sacramental, en la eucaristía. Si en esta semana el ritmo del año litúrgico nos introduce en el mismo acontecimiento histórico de la Pascua, en cada celebración la Iglesia trae la salvación que Cristo obtuvo para nosotros por el Espíritu Santo. Así, la subida a la Jerusalén terrestre se convierte en un anuncio de la subida a la Jerusalén celeste.

Por eso, conviene que, en Domingo de Ramos, nos hagamos las preguntas importantes y concretas: ¿Dónde voy a celebrar la Semana Santa? ¿Tengo los horarios de las celebraciones litúrgicas, para ordenar el resto del tiempo en función de las mismas? ¿Estoy disponible para colaborar en mi parroquia, teniendo en cuenta la cantidad de preparativos que esta semana requiere? ¿He buscado algún tiempo diario para la oración, algún libro con el que preparar las celebraciones espiritualmente? ¿He confesado sacramentalmente para experimentar esa unión con Cristo que nos ofrece la Iglesia con esta semana? Vivamos intensamente los misterios de nuestra salvación, signo del amor de Dios por nosotros y modelo de la entrega del cristiano cada día en el mundo, después de lo mucho que los echamos de menos el año pasado.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

Quien recita los salmos en nombre de la Iglesia debe dirigir su atención al sentido pleno de los salmos, en especial al sentido mesiánico que movió a la Iglesia a servirse del Salterio. El sentido mesiánico se manifestó plenamente en el Nuevo Testamento, y el mismo Cristo Señor lo puso de manifiesto al hablar a los Apóstoles: «es necesario que se cumplan todas las cosas que fueron escritas de Mí en la ley de Moisés, los profetas y los salmos» (Luc 24, 44). Es un ejemplo conocidísimo el diálogo que nos refiere San Mateo acerca del Mesías, Hijo de David y Señor suyo, en el que el salmo 109 es aplicado al Mesías.

Siguiendo esta senda, los Santos Padres aceptaron y comentaron todo el salterio a modo de profecía acerca de Cristo y su Iglesia; por el mismo motivo fueron elegidos los salmos para su uso en la sagrada Liturgia. Aunque a veces eran aceptadas algunas interpretaciones artificiosas, sin embargo, por lo general, tanto los Padres como la Liturgia procedieron rectamente al oír en los salmos a Cristo que clama al Padre o el Padre que habla a su hijo, reconociendo incluso la voz de la Iglesia, de los Apóstoles o de los mártires. Este método interpretativo siguió floreciendo en la Edad Media: en muchos códices del salterio, escritos durante este período, se les proponía a los que recitaban los salmos el sentido cristológico de los mismos, expresando en los títulos que precedían a cada uno de los salmos. La interpretación cristológica no se limita en modo alguno a aquellos salmos que son considerados como mesiánicos, sino que se extiende a muchos otros, en los que sin duda se dan meras apropiaciones, pero refrendadas por la tradición de la Iglesia.

Sobre todo en la salmodia de los días festivos, los salmos fueron elegidos con cierto criterio cristológico, para cuya ilustración se proponen generalmente antífonas sacadas de los mismos salmos.

(Ordenación General de la Liturgia de las Horas, 109)

 

Para la Semana

 

Lunes 29:

Is 42, 1-7. No gritará, no voceará por las calles.

Sal 26. El Señor es mi luz y mi salvación.

Jn 12, 1-11. Déjala: lo tenía guardado para el día de mi sepultura.
Martes 30:

Is 49, 1-6. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.

Sal 70. Mi boca contará tu salvación, Señor.

Jn 13, 21-33. 36-38. Uno de vosotros me va a entregar… No cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.
Miércoles 31:
Is 50, 4-9a. No me escondí el rostro ante ultrajes.

Sal 68. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor.

Mt 26, 14-25. El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay de aquel por quien es entregado

Jueves 1:
Jueves santo. Misa en la cena del Señor.

Éx 12, 1-8. 11-14. Prescripciones sobre la cena pascual.

Sal 115. El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.

1 Cor 11, 23-26. Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.

Jn 13, 1-15. Los amó hasta el extremo.

Viernes 2:
Viernes santo. En la Pasión del Señor.

Is 52, 13-53, 12. Él fue traspasado por nuestras rebeliones.

Sal 30. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

Heb 4, 14-16; 5, 7-9. Aprendió a obedecer y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación.

Jn 18, 1-19, 42. Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
Sábado 3:
Sábado santo. Vigilia Pascual.

1ª – Gén 1, 1-2, 2. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.

Sal 103. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

o bien: Sal 32. La misericordia del Señor llena la tierra.

2ª – Gén 22, 1-18. El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

Sal 15. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

3ª – Éx 14, 15-15, 1. Los israelitas en medio del mar, a pie enjuto.

Salmo: Éx 15, 1-18. Cantaré al Señor, sublime es su victoria.

4ª – Is 54, 5-14. Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.

Sal 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

5ª – Is 55, 1-11. Venid a mí y viviréis, sellaré con vosotros alianza perpetua.

Salmo: Is 12, 2-6. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

6ª – Bar 3, 9-15. 32-4, 4. Caminad a la claridad del resplandor del Señor.

Sal 18. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

7ª – Ez 36, 16-28. Derramaré sobre vosotros un agua pura y os daré un corazón nuevo.

Sal 41. Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.
o bien: Sal 50. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Rom 6, 3-11. Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.

Sal 117. Aleluya, aleluya, aleluya.

Mt 28, 1-10. Ha resucitado y va por delante de vosotros a Galilea.