No fueron capaces de aguantar ni 24 horas. Y eso que las mujeres habían vuelto por la mañana del sepulcro diciendo que estaba vacío y los apóstoles, Pedro y Juan, habían certificado el testimonio de ese hecho. ¿Cómo de grande tendría que ser la decepción de estos dos discípulos de Jesús para que tomasen la decisión de marcharse a pesar de tantas evidencias que advertían que algo estaba pasando? Y es que cuando nos ponemos negativos y además tenemos alguien a nuestro lado con quien retroalimentar nuestros malos pensamientos entonces acabamos precipitándonos siempre. Precipitándonos en el vacío.

Ya decía San Ignacio en sus reglas de discernimiento para la primera semana de ejercicios espirituales que “en tiempo de desolación no hacer mudanza sino permanecer firme en los propósitos anteriores a la actual desolación”. Éstos caminantes no fueron capaces de permanecer en Jerusalén, junto a los demás discípulos en la comunidad que Jesús había reunido entorno a su persona y por eso se convirtieron para Jesús resucitado en dos ovejas perdidas a las que había que salir a buscar hasta encontrarlas. No solo estaban descarriadas, sino que además estaban completamente abatidas y desoladas. Por eso cuando Jesús les pregunta de qué iban hablando por el camino ellos se detuvieron con aire entristecido. Esta es una imagen muy expresiva de cómo camina por su vida la mayoría de las personas que conocemos: desganados, abatidos, desolados, amargados, desesperanzados.

Ante el más mínimo escollo se detienen. ¿Es que eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que allí ha sucedido? Jesús como en otras ocasiones juega al despiste y les responde con un lacónico: “¿qué?”. Esta es la ocasión que necesitaban para manifestar su enorme decepción: “nosotros esperábamos” … “pero ya ves” …. Jesús escuchó sin rechistar todas las quejas y lamentos de estos discípulos y no les interrumpió para corregirles o para darles una explicación en su defensa. Permaneció en su previsto anonimato, pero aprovechó la circunstancia para darles la mejor catequesis bíblica de la historia de la humanidad. ¡Cuánto pagaríamos algunos por escucharla en directo y de su misma persona! ¡Qué necios y torpes! –  les dijo. Todo porque no habían entendido que era necesario que el mesías pareciera mucho antes de entrar en su gloria. A pesar de que la ley, Moisés y los profetas, Elías, hablaban de ello. Los mismos que se manifestaron en la cima de la montaña cuando Jesús se transfiguró delante de Pedro, Santiago y Juan. En esa ocasión hablaban con Jesús de su destino en Jerusalén, de su pasión, muerte y resurrección al tercer día.

Pero los discípulos eran incapaces de superar el escándalo de la cruz. A pesar de que Jesús quiso confortares previamente cuando les manifestó su gloria anticipadamente en el Tabor. Pero no fue suficiente contra el dolor de ver a Jesus morir de aquella manera tan ignominiosa, escuchar la sentencia de condena de todos los tribunales: el sanedrín, Pilato, Herodes, el mismo pueblo, etc. Hasta cierto punto es normal que se sintieran decepcionados sobre todo si lo que esperaban de él era algo tan grande como que fuese el liberador de Israel. Claro que, a saber, qué entendían ellos por liberar a Israel. Desde luego no parecía evidente que Jesús hubiera respondido a esa expectativa. Jesús había anunciado hasta en tres ocasiones hay que subir a Jerusalén Y para qué. Pero la mentalidad y la ambición de sus discípulos era mayor que su fe. Por eso ahora estaban de vuelta. En todos los sentidos: cínicamente defraudados y de regreso a su hogar.

El caso es que este caminante suscitó en ellos algo que solo después fueron capaces de explicar: “¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras?”.

Por eso, porque no querían que él se separase de ellos, porque era la típica persona de quien no quieres soltarte de su mano, por eso le dijeron que se quedara y se sentara a la mesa con ellos. El evangelista San Lucas nos propone entonces dos afirmaciones que si las leemos rápidamente pueden parecer contradictorias. Por un lado, nos dice que entró para quedarse con ellos y por otro que cuando le reconocieron él había desaparecido de su vista. ¿En qué quedamos? En realidad, no hay tal contradicción. Al contrario, hemos entendido el significado profundo de este acontecimiento. Que Jesús se reveló asimismo en la fracción del pan, es decir en la eucaristía. Entonces entendemos que esto mismo sucede cuando participamos en la misa: Jesús entra para quedarse con nosotros y sin embargo cuando lo reconocemos desaparece de nuestra vista. Esta ya dentro de nosotros.

Algunos piensan que bastó simplemente reconocer el gesto de tomar el pan y pronunciar la bendición para que ellos lo reconocieran; otros más audaces, especulan diciendo que en ese momento quizá pudieron contemplar sus manos y los agujeros de sus clavos, entonces lo reconocieron. En cualquier caso, lo que el Señor quiso enseñarles a ellos y a nosotros es que es él mismo en persona el que realiza ese gesto en cada eucaristía. Que es él.

“Los de Emaús”, que así serán llamados para la posteridad, se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén para anunciar a los apóstoles reunidos en el cenáculo la gran noticia: ¿Jesús ha resucitado! Su noticia en seguida fue confirmada por el hecho de que durante ese día también se había parecido a Simón. De hecho, un poco más tarde el resucitado se haría presente en medio de ellos para saludarles con la paz y consolarles de su tristeza: “¡alegraos!”. Ojalá nosotros sepamos hacer como Jesús, caminar al lado de tantos que decepcionados se alejan de la madre Iglesia. Que los escuchemos sin juzgarles y los ayudemos a releer su vida a la luz de la palabra de Dios que es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero. Si lo hacemos así, seguramente, también nosotros escucharemos esta invitación a seguir presentes en sus vidas. Así, no dando respuestas a preguntas que nadie hace, sino aceptando la invitación de quien se siente interpelado internamente por nosotros, así es donde podremos señalar a Jesús vivo y presente en medio de nosotros. “He aquí al cordero que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena del señor”.