Esto es el mundo al revés. Si viendo no creemos, realmente tenemos un problema.

Los discípulos estaban viendo las manos y los pies de Jesús. Veían, por tanto, los agujeros de los clavos y era evidente que el resucitado era el crucificado. Pero ni siquiera reconociendo a Jesús vivo delante de ellos los apóstoles dejaron de dudar. Esta es la realidad también hoy: Jesús ha resucitado está vivo y presente, camina a nuestro lado y sin embargo, la mayor parte de los cristianos se reconocen llenos de dudas.

Probablemente la aparente victoria del mal con ocasión de la pandemia, la injusticia, la misma muerte y el tremendo aparato con que se manifiesta el poder de lo oscuro en nuestra vida y otras muchas cosas más, van generando una sensación de inseguridad extraordinaria. Siguen surgiendo alarmas y dudas.

Los dos discípulos de Emaús que habían dado testimonio de su encuentro con Jesús resucitado estaban entre los que fueron testigos de este encuentro. San Lucas no dicen nada referido a ellos lo que hace que podamos pensar que también Cleofás y su compañero se alarmaron y creían ver un fantasma. Es decir, ni siquiera la experiencia anterior les servía como “vacuna anti duda”.

Y vemos que esto sigue sucediendo hoy en infinidad de casos y ocasiones. A veces encuentras a alguien con quien compartiste intensas experiencias de Dios y ves cómo con el tiempo y habiendo dejado que se deteriorase su relación con el Señor, esas personas ahora llegan incluso a dudar de la veracidad de lo que vivieron tiempo atrás. Por eso yo siempre insisto al final de cualquiera de esas experiencias de fe que es importarse pellizcarse y comprobar que uno no está dormido sino despierto, que conviene caer en la cuenta de que ese también es el mundo real y no reservar esa expresión para designar tan solo la realidad cotidiana. Es más, a veces propongo que además de poner por escritos las vivencias, a ser posible, hagan algún gesto que signifique el establecimiento de una alianza, la aparición de un compromiso con la defensa de la autenticidad de la experiencia vivida.

Jesús tuvo que esforzarse y comer delante de ellos para que viendo lo que hacía, ellos creyeran a sus palabras. Fue necesario que les abriera el entendimiento para que comprendieran sus palabras y así, todo lo que le había enseñado y predicado tiempo atrás, ahora cobrara su verdadero sentido, su significado definitivo. Como sacerdote veo cada día con más claridad que es absolutamente necesario tener el Espíritu de Cristo para poder entender su palabra. Cuando en la Iglesia los creyentes no son capaces de identificarse con el resucitado o cuando las experiencias que se detallan en los hechos de los apóstoles no se entienden fácilmente, la conclusión es evidente: falta el encuentro con Cristo resucitado, es necesaria una efusión del Espíritu Santo que lo haga posible.

No hay nada que temer. El poder de la resurrección es la fuerza que pone en pie a la Iglesia y da fuerza a los mártires para dar testimonio. Por eso, cuando al final de la misa se nos envía al mundo, después de haberle reconocido con los ojos de la fe en la fuerza de su palabra y en la fracción del pan; salimos de la celebración a dar testimonio de Cristo en la vida. A los apóstoles, la última palabra que les dirige es: «vosotros sois testigos de esto». Ya desde el principio se les dijo que eso de ser apóstoles era ser «testigos de la resurrección de Cristo» (Hechos 1,22). Entonces lo fueron los apóstoles, o los quinientos discípulos. Ahora, lo seguimos siendo nosotros en el mundo de hoy. El espíritu llevará a plenitud la misión de Jesús en su Iglesia, los discípulos se convertirán en los verdaderos testigos del señor hasta el confín de la tierra.