Dice el refrán que a perro flaco todo son pulgas. Esta es otra forma de decir que “las desgracias nunca vienen solas”. Y es que a Pedro y a sus compañeros parece que nada le puede salir bien. Han vuelto a Galilea, han vuelto a la orilla del mar de Tiberiades después de tres años sin salir a pescar peces, la decepción de la muerte del señor le lleva a Pedro a asumir un comportamiento muy habitual: hay que volver a la vida. Por eso con escaso ánimo se ponen manos a la obra y salen a pescar. Es como cuando oímos a los familiares de alguien que ha fallecido decir que no se pueden quedar ahí bloqueados, que hay que tirar para adelante y que no se puede quedar uno eternamente lamentándose por una pérdida.

Pero como decíamos al principio parece que la suerte se ríe de aquellos que haciendo un esfuerzo extraordinario intentan sobreponerse a la situación. Aquella noche no pescaron nada. Dicen los expertos que es muy difícil no pescar nada en absoluto. Si es así, esta circunstancia quiere subrayar la esterilidad de la vida de la Iglesia, significada en la barca, cuando trabaja y se esfuerza, pero sin Cristo.

Dice el papa Francisco:

“Pero había otro vacío que pesaba inconscientemente sobre ellos: el desconcierto y la turbación por la muerte de su Maestro. Ya no está, fue crucificado. Pero no sólo Él estaba crucificado, sino que ellos también, ya que la muerte de Jesús puso en evidencia un torbellino de conflictos en el corazón de sus amigos. Pedro lo negó, Judas lo traicionó, los demás huyeron y se escondieron. Solo un puñado de mujeres y el discípulo amado se quedaron. El resto, se marchó. En cuestión de días todo se vino abajo. Son las horas del desconcierto y la turbación en la vida del discípulo. En los momentos «en los que la polvareda de las persecuciones, tribulaciones, dudas, etc., es levantada por acontecimientos culturales e históricos, no es fácil atinar con el camino a seguir. Existen varias tentaciones propias de este tiempo: discutir ideas, no darle la debida atención al asunto, fijarse demasiado en los perseguidores… y creo que la peor de todas las tentaciones es quedarse rumiando la desolación». Sí, quedarse rumiando la desolación. Eso es lo que les pasó a los discípulos”.

Y comenta el papa:

“Que la promesa es de ayer, pero para mañana. Y podemos caer en la tentación de recluirnos y aislarnos para defender nuestros planteamientos que terminan siendo no más que buenos monólogos. Podemos tener la tentación de pensar que todo está mal, y en lugar de profesar una «buena nueva», lo único que profesamos es apatía y desilusión. Así cerramos los ojos ante los desafíos pastorales creyendo que el Espíritu no tendría nada que decir. Así nos olvidamos de que el Evangelio es un camino de conversión, pero no sólo de «los otros», sino también de nosotros. Nos guste o no, estamos invitados a enfrentar la realidad, así como se nos presenta. La realidad personal, comunitaria y social. Las redes —dicen los discípulos— están vacías, y podemos comprender los sentimientos que esto genera. Vuelven a casa sin grandes aventuras que contar, vuelven a casa con las manos vacías, vuelven a casa abatidos”.

Sucedió entonces como la primera vez que Jesús propició una pesca milagrosa. Fue al principio de su vida pública y se convirtió en la ocasión propicia para manifestar su vocación a Pedro. En aquella hora del pasado, cuando el apóstol lleno de estupor por el signo de la pesca milagrosa se postró rostro en tierra y le pedía a Jesús que se apartara de él que era un pecador. El Señor respondió “no tengas miedo desde ahora serás pescador de hombres”.

Ahora tres años más tarde cuando Juan el discípulo amado dio la voz: es el señor; Pedro no se lo pensó dos veces y se lanzó al agua con su habitual impulsividad y vehemencia para llegar lo antes posible a Jesús

Al amanecer Jesús aparece caminando en la orilla y preguntando a los pescadores por el éxito de su faena. Cuando los discípulos a una sola voz y llenos de decepción respondieran que no habían pescado nada, aquel misterioso personaje les recomendó echar la redes a un lado de la barca. Cuando lo hicieron las redes se llenaron de peces, una redada inaudita.

El maestro había preparado un almuerzo en la orilla del mar. Una comida absolutamente llena de simbolismos de un profundo significado: las brasas y el pan cocido que nos recuerdan la pasión de su amor y la eucaristía; el pez asado y los peces agregados desde la propia red de Pedro nos remiten al sacrificio de Cristo y a nuestra participación en él.