Suena de locos, nacer de nuevo, pero el Señor lo dice con esa convicción que usa en ocasiones para que no quede un solo resquicio de duda. Al bebé que se encontraba en el líquido amniótico, feliz, a oscuras, rodeado de latidos que no le molestaban porque eran la banda sonora de su quietud, que llevaba todo el tiempo los ojos cerrados, dentro de la película de sí mismo, apretado contra sí, como viviendo un sueño eterno sin fisuras, de repente le rompen la estabilidad. Es la hora del parto. Todo se hace añicos, el sueño, la quietud, la madre que le regalaba una vida umbilical, todo, y el bebé aparece en el mundo exterior, por primera vez desprotegido.

Tras el parto los padres se emocionan porque no entienden nada. No han fabricado nada de lo que acaba de aparecer, no ha venido al mundo un producto manufacturado. Del amor que se han tenido como matrimonio, ha llegado de repente todo esto. No se puede llamar más que alquimia. Por lo menos Velázquez mira su lienzo y reconoce su obra, los padres no, porque no son los dueños del niño, ese chaval no lleva en la nuca la firma de sus progenitores.

En el tiempo que vivimos, la alegría de los padres primerizos es tan grande que inmediatamente distribuyen en sus listas de whatsup la cara del recién nacido. A mí me ha pasado, he recibido cientos de primeros planos de los bebitos que posteriormente bautizaría. Las alegrías humanas son así de inconscientes, expansivas, divulgadoras.

Pero hay un revés en el parto que apenas se cuenta. Los padres han dado a luz a un ser para la muerte. No es que no lo sepan, es que no lo piensan. Como se ponen inmediatamente a trabajar para darle comida y cariño, no reparan en que Joselete ha venido al espacio y el tiempo, dos realidades que tienen la costumbre de poner punto final a la alegría de vivir. Y lo hacen con mala sombra, adelgazándonos hasta las cenizas.

Por eso las palabras del Señor son una alegría mayor que el primer parto. Acaba de cancelarse la disposición de nacer para la muerte, Dios nos da a luz para vivir sin límite de tiempo ni espacio definido. Se lo ha dicho a Nicodemo. El pobre maestro de la ley pone cara de haber suspendido, se cree que hay que volver al seno de la madre, angelito. Nacemos de Dios y vamos a Dios, vivimos de los sacramentos y de la alegría de haber nacido de esa nueva madre: la fuente bautismal. Y de ahí viene nuestra pasión por ponernos a servir a los demás. Entonces el matrimonio es ocasión de conocer al Señor y vivir para siempre. Y ser progenitores es la ilusión de mostrar a los hijos los bienes de allá arriba.

Que no nos perdamos el segundo parto, que el primero es muy breve.