Una gran muchedumbre ha presenciado un milagro espectacular: con cinco panes de cebada y dos peces, Jesús ha dado de comer, “hasta saciarse”, a más de cinco mil personas, “sólo los hombres eran unos cinco mil”. Al día siguiente salen en busca de Jesús y cuando vieron “que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús”.

¿Cuál es la razón por la que se ponen en busca de Jesús? El mismo Señor lo pone en evidencia: “en verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Le buscan por el beneficio que han tenido y esperan seguir obteniendo. Es un seguimiento interesado. Hay muchas formas de acercarse a Cristo. Unos, como algunos fariseos y sacerdotes para encontrar un motivo para acusarle de blasfemia y justificar su muerte. Otros se acercan por mera curiosidad, la autoridad de su palabra y las numerosas curaciones habían despertado la curiosidad por conocer más de cerca a Jesucristo. Hay quienes se acercan, como la hemorroisa (Mt 9,20-22) para ser curada y lo hace con una gran fe, con la seguridad plena que con sólo tocarle…: ¡Con solo tocar la orla del manto…! Pero con gran fe. A cada uno nos dice: la obra de Dios es que creas en el que él ha enviado.

Creer en Jesucristo, no es solo dar por verdadero lo que nos dice. Creer compromete todo el ser de la persona, descansa en el querer. Como dice el cardenal Newman: “creemos porque amamos”. Así, creer en Jesús es querer una unión espiritual con él, una comunión con él. Y esta comunión es un don que nos concede dándose él mismo como alimento, por eso nos invita a “trabajar no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que te da el Hijo del hombre”. La fe es don por el cual se da Dios al hombre y éste a Dios. Don que reclama una respuesta por nuestra parte, pero es una respuesta ayudada por Dios que se adelante, como diría el Papa Francisco nos “primerea”, porque es al mismo tiempo fruto de una acción interior del Espíritu Santo.

Como nos recuerda el Cardenal Robert Sarah: “La fe consiste en la disposición a dejarse volver a transformar siempre por la llamada de Dios, que nos repite de continuo: convertíos a mí de todo corazón. Pero nuestra vuelta al Señor, nuestra auténtica conversión a una nueva Alianza con Él a través de una respuesta de amor, deben darse en la verdad y de un modo concreto, y no solo de forma teórica” (“Se hace tarde y anochece”). Pidamos a nuestra Madre, que nos precede en el camino de la fe, saber dar esa respuesta de entrega a la persona de su Hijo.