LUNES VI DE PASCUA. SAN JUAN DE ÁVILA
san Juan 15, 26-16, 4ª
“Si estáis convencidos de que creo en el Señor, venid a hospedaros en mi casa.” Estas palabras de Lidia son toda una coacción para Pablo y sus compañeros, pero una coacción que nace del agradecimiento por el don de la fe.
Tal vez seamos poco hospitalarios, cuando ésta ha sido una virtud en muchos pueblos y culturas. Pero dejar que alguien entre en nuestra casa, vea cómo vivimos y trastee nuestras cosas nos parece una falta de intimidad. Tal vez esa falta de hospitalidad nos haga más recelosos y desconfiados. Pero en esta recta final de la Pascua tenemos que recuperar la virtud de la hospitalidad.
Tenemos que prepararnos para acoger al Espíritu Santo, el dulce huésped del alma. El Espíritu Santo se tiene que sentir “como en su casa”. Debemos dejarle que Él ponga y quite, coloque y ordene, tire lo innecesario y quite el polvo a lo olvidado. Puede parecer un huésped molesto, pero será la única manera de que nuestra vida de testimonio de Cristo.
“Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.” Sólo el Espíritu Santo, que actúa en la Iglesia y en nuestra alma en gracia, nos puede mostrar el verdadero rostro de Cristo, y darnos aliento y alegría en las dificultades.
Ser acogedores con el Espíritu Santo significa derribar las puertas cerradas de nuestro corazón, sacar a la luz lo escondido y estar dispuesto a que pueda iluminar cada rincón de nuestra vida. Puede parecer difícil, pero si no es Él el que ilumina nuestra vida, dejaremos que nos invadan las tinieblas de nuestro egoísmo, de nuestra prepotencia o de nuestra soberbia. No pensemos que el estado ideal es tener nuestra alma para nosotros solos, eso nunca ocurre. O dejamos entrar al Espíritu Santo por la puerta, o se colarán por las ventanas la mentira y el pecado.
La Virgen María abrió de par en par las puertas de su vida al Espíritu Santo. Vamos a pedirle a ella que nos enseñe, en estos días, a ser acogedores, darle hospedaje y no dejarle marchar nunca.
san Juan 15, 26-16, 4ª
Acoger al Espíritu Santo
“Si estáis convencidos de que creo en el Señor, venid a hospedaros en mi casa.” Estas palabras de Lidia son toda una coacción para Pablo y sus compañeros, pero una coacción que nace del agradecimiento por el don de la fe.
Tal vez seamos poco hospitalarios, cuando ésta ha sido una virtud en muchos pueblos y culturas. Pero dejar que alguien entre en nuestra casa, vea cómo vivimos y trastee nuestras cosas nos parece una falta de intimidad. Tal vez esa falta de hospitalidad nos haga más recelosos y desconfiados. Pero en esta recta final de la Pascua tenemos que recuperar la virtud de la hospitalidad.
Tenemos que prepararnos para acoger al Espíritu Santo, el dulce huésped del alma. El Espíritu Santo se tiene que sentir “como en su casa”. Debemos dejarle que Él ponga y quite, coloque y ordene, tire lo innecesario y quite el polvo a lo olvidado. Puede parecer un huésped molesto, pero será la única manera de que nuestra vida de testimonio de Cristo.
“Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.” Sólo el Espíritu Santo, que actúa en la Iglesia y en nuestra alma en gracia, nos puede mostrar el verdadero rostro de Cristo, y darnos aliento y alegría en las dificultades.
Ser acogedores con el Espíritu Santo significa derribar las puertas cerradas de nuestro corazón, sacar a la luz lo escondido y estar dispuesto a que pueda iluminar cada rincón de nuestra vida. Puede parecer difícil, pero si no es Él el que ilumina nuestra vida, dejaremos que nos invadan las tinieblas de nuestro egoísmo, de nuestra prepotencia o de nuestra soberbia. No pensemos que el estado ideal es tener nuestra alma para nosotros solos, eso nunca ocurre. O dejamos entrar al Espíritu Santo por la puerta, o se colarán por las ventanas la mentira y el pecado.
La Virgen María abrió de par en par las puertas de su vida al Espíritu Santo. Vamos a pedirle a ella que nos enseñe, en estos días, a ser acogedores, darle hospedaje y no dejarle marchar nunca.
Sabes Madre que mi casa es tu casa, reinasen ellaEres tan dulce Madre en ella. Eres muestro modelo a seguir. Déjame aunque solo sea un fisquito de tu tiempo, no te olvides. Danos tu Amor y Bevdicenos
Hoy es SAN JUAN DE AVILA Presbítero, patrono del clero secular Español, puso en marcha un programa de reforma para que los sacerdotes tuvieran una mayor formación teológica y espiritual, poniendo en práctica las directrices marcada por el Concilio de Trento.
Es Dios quien hace los santos y en aquel siglo, especialmente en España fue, especialmente generoso, pues solamente entre los canonizados nos encontramos con Santa Teresa y San Juan de la Cruz, con San Ignacio, San Francisco Javier y San Francisco de Borja, con Santo Tomás de Villanueva, San Pedro de Alcántara, San Luis Bertrán, San Diego de Alcalá. No pocos de ellos conocieron y veneraron a Juan de Ávila. A todos y a cada uno los llevó Dios por senderos distintos, aunque todos desembocaban en una misma meta: la santidad.
“…el Espíritu de la verdad…”
“…fuerza de Dios y sabiduría de Dios…”
“…el Señor le abrió el corazón…”
“…el fuego del Espíritu Santo…”
“…el Señor ama a su pueblo…”
“…crezca la Iglesia en santidad…”
“…Cuerpo místico…”
Reina de todos Los Santos, intercede por nosotros
Conocer a Dios no es tener conceptos religiosos o reducirlo a una fuerza sobrenatural o algo ocasional, un “extra” opcional: no. Conocer a Dios, al Espíritu Santo, es descubrir a la persona que más nos ama, que está nuestro lado, que no nos abandona y que nos llena de amor.
Cuenta con el Espíritu Santo cada día. Dios te quiere saludable, feliz, fuerte. El Espíritu Santo es quien te va a mostrar la vida de Jesús, quien hace que la fe sea viva, real, emocionante, verdadera. Jesús está vivo, el Espíritu Santo nos lo muestra.
Hoy te invito a que pidas al Espíritu Santo: Espíritu Santo ven sobre mí, habita en mi vida: úngeme, sáname, purifícame, dame fortaleza y alegría. Ven, Espíritu Santo.
Rezamos este mes de mayo el Santo Rosario cada día, es el mes de la Virgen María, de Fátima. Mes de las flores a María. De las Rosas, del amor a la Madre y Reina del Cielo. Pidamos por la Paz en el Mundo. Y por las Madres que son tentadas al aborto. Por los niños que nacen cada día.
Vuestro hermano en la fe: José Manuel.