Comentario Pastoral


¿QUÉ ES LA ASCENSIÓN?

Ascender es una esperanza tan vieja como el mundo y uno de los deseos más constantes de la vida del hombre. Toda ascensión tiene atractivo por la situación nueva que se vislumbra. Incluso los riesgos que comporta son compensados por la conquista de niveles más altos y desconocidos. Ya la mitología griega plasmó en un bello pasaje el vano intento de Icaro, hijo de Dédalo, que al huir del laberinto de Creta con unas alas de cera desobedeció los consejos de su padre y ascendió demasiado alto acercándose al sol en su vuelo; sus alas se derritieron y cayó al mar donde pereció
ahogado. Hoy seguimos constatando la irrefrenable voluntad del hombre para conquistar el espacio y reducir distancias entre los planetas.

En el plano religioso también se manifiesta un constante deseo de ascensión. Con lenguaje sencillo y normal se dice que quien ha muerto en la fe ha subido al cielo; que la oración confiada es escuchada en lo alto: que un día seremos elevados para vivir eternamente en el reino celeste. La solemnidad de la Ascensión del Señor, que se celebra en este domingo, nos revela el sentido exacto de la ascensión del cristiano.

La Ascensión es el lazo de unión entre Pascua y Pentecostés. El misterio pascual, que se funda en la muerte del Señor, no se detiene en su resurrección; se desarrolla en la Ascensión, que es la aceptación por parte de Dios de la obra de Cristo y su consagración como Señor de cielos y tierra; y se consuma en Pentecostés con el envío del Espíritu.

La Ascensión no es el final de la historia de Jesús de Nazaret sino el punto de partida de la misión de la Iglesia, que es la proclamación de la buena noticia de la salvación. El tiempo para esta misión va desde la Ascensión hasta la Parusía: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.

Cristo, en su ascensión a los cielos, alcanza la plena soberanía sentándose a la derecha de Dios Padre (sentarse en el trono es el signo de realeza). Esta glorificación no es signo de la ausencia de Jesús en la tierra ni de distanciamiento de la historia del mundo y de la vida de la Iglesia. Es el inicio de la nueva presencia del Resucitado en medio de sus discípulos. La ascensión de Jesús es el punto de unión de lo eterno con nuestro tiempo fugaz y caduco, es garantía de la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la esperanza sobre la angustia y desesperación de la condición humana.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 1, 1-11 Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9
san Pablo a los Efesios 1, 17-23 san Marcos 16,15-20

 

De la Palabra a la Vida

Nadie pudo ver la resurrección del Señor. Nadie contempló su salir del sepulcro y empezar la vida gloriosa. Sólo la noche, decimos, para mostrar poéticamente que su resurrección permanece en el misterio, en la oscuridad, inalcanzable para la vista de los hombres. Pero hay secretos que resulta difícil mantener guardados durante cuarenta días… por eso, la resurrección del Señor da pie la celebración de la fiesta de su ascensión, un misterio en el que, según nos relata el Nuevo Testamento, tenemos más cosas a la vista. Marcos, en el relato del evangelio, y Lucas, en el de los Hechos de los Apóstoles, dibujan con sus relatos el mismo misterio de la Pascua, de la resurrección, pero a la vista de todos, es decir, a la vista de todos aquellos que, en una o en otra de sus apariciones, lo han reconocido como el Señor Jesús. Este reconocimiento es algo paradójico, y así debe ser siempre que hablemos de un misterio, pues el evangelista afirma que «el Señor Jesús subió al cielo», para añadir a continuación que «cooperaba con ellos». ¿Cómo es posible? Tan lejos, pero a la vez tan cerca…

No deja de ser desconcertante la actitud de los discípulos, tanto que Marcos dice que no dudaron, en cuanto recibieron los últimos mandatos del Señor, en salir a anunciar el evangelio para llamar a la fe. Al mandato del Señor sigue la obediencia de los discípulos. Pero ni los evangelistas ni la misma Iglesia tienen una mirada íntima hacia este evento: no lo consideran algo visible para algunos pero escondido para casi todos… y por eso introducen con sus relatos, de alguna forma, la ascensión del Señor, su manifestación como el «Dios que asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas», «el Rey del mundo», dentro del misterio de la parusía. Las aclamaciones, la marcha triunfal, los reconocimientos y fiestas son más propios de la entrada definitiva de la humanidad en el cielo, cuando esta suceda, o del Señor en su vuelta en gloria y majestad. Así, se presenta un reconocimiento, ya universal, a su misterio pascual: sucedió en el silencio y ahora es reconocido por todos. Casi se nos adelanta a este domingo el Apocalipsis, y de esta forma a los discípulos les será más fácil mantener el ánimo, confiar en las palabras recibidas, salir a anunciar el evangelio. Con su ascensión, ahora ya no está en el cielo solamente «lo celeste», pues Cristo, nacido de la Virgen María, es también «lo terrestre». Ya no hay solamente lo eterno, sino también lo pasajero. Y eso hace que los discípulos se llenen de ánimo, su esperanza se haga mucho más firme… porque la Iglesia se ve también ascendiendo con Él. Lo terrestre que forma la Iglesia sabe que no va a quedar lejos de su Señor, sabe con seguridad que no está siendo abandonada, sino fortalecida. ¡Ojalá tuviéramos nosotros en tantos momentos, en las circunstancias que estamos viviendo, esa misma experiencia, de no estar siendo abandonados por Dios, sino fortalecidos! Ahora, la Iglesia entiende aquella misteriosa afirmación del Señor: «Os conviene que yo me vaya». Primero, porque Cristo, Dios y hombre, se ha situado a la derecha de Dios, en la gloria de la Trinidad. Segundo, porque el don del Espíritu Santo llevará a los hombres con Dios, a ese mismo «lugar», a ese mismo estado. La Iglesia hoy entiende que en la ascensión del Señor ha comenzado un movimiento que sólo terminará cuando el Cuerpo esté donde ya está la Cabeza. Un movimiento que se realiza por la acción de la liturgia, por Cristo desde el cielo. Siempre en la Ascensión debemos hacer memoria de nuestra celebración litúrgica… no son ritos sin más, es presencia de Cristo que nos «eleva» con Dios. Es un gran don y una inmensa responsabilidad: ¿Cuáles son mis motivaciones más profundas en ella? ¿Aprovecho para experimentar el don de la eternidad, para reconocer en el misterio de la pobreza que se ve la eternidad que se me promete? Es en ella donde se nos da lo que Cristo hoy realiza, es en ella donde no hay engaño, sólo una dirección definitiva para nosotros.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

La lectura de la Sagrada Escritura, que conforme a una antigua tradición se hace públicamente en la Liturgia, no sólo en la celebración eucarística, sino también en el Oficio divino, ha de ser tenida en máxima estima por todos los cristianos porque es propuesta por la misma Iglesia, no por elección individual o mayor propensión del espíritu hacia ella, sino en orden al misterio que la Esposa de Cristo «desarrolla en el círculo del año, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectación de la dichosa esperanza y venida del Señor». Además, en la celebración litúrgica, la lectura de la Sagrada Escritura siempre va acompañada de la oración, de modo que la lectura produce frutos más plenos y a su vez la oración, sobre todo la de los salmos, es entendida, por medio de las lecturas, de un modo más profundo y la piedad se vuelve más intensa.


(Ordenación General de la Liturgia de las Horas, 140)

 

Para la Semana

Lunes 17:

Hch 19, 1-8. ¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?

Sal 67. Reyes de la tierra, cantad a Dios.

Jn 16, 29-33. Tened valor: yo he vencido al mundo.
Martes 18:

Hch 20, 17-27. Completo mi carrera, y cumplo el encargo que me dio el Señor Jesús.

Sal 67. Reyes de la tierra, cantad a Dios.

Jn 17, 1-11a. Padre, glorifica a tu Hijo.
Miércoles 19:

Hch 20,28-38. Os dejo en manos de Dios, que tiene poder para construiros y daros parte en la herencia.

Sal 67. Reyes de la tierra, cantad a Dios.

Jn 17,11b-19. Que sean uno, como nosotros.
Jueves 20:

Hch 22, 30; 23, 6-11. Tienes que dar testimonio en Roma.

Sal 15. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

Jn 17, 20-26. Que sean completamente uno.
Viernes 21:

Hch 25, 13b-21. Un tal Jesús ya muerto, que Pablo sostiene que está vivo.

Sal 102. El Señor puso en el cielo su trono.

Jn 21, 15-19. Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas.
Sábado 22:

Hch 28, 16-20. 30-31. Permaneció en Roma,
predicando el Reino de Dios.

Sal 10. Los buenos verán tu rostro, Señor.

Jn 21, 20-25. Este es el discípulo que ha escrito esto, y su testimonio es verdadero.