DOMINGO VII SEMANA DE PASCUA. LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

san Lucas 24, 46-53

“No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad”. A veces nos asombramos ante determinados hechos de la técnica o de la ciencia que sobrepasan nuestra imaginación. Estamos convencidos de que el hombre es capaz de realizar “imposibles”, desafiando incluso las leyes de la naturaleza. Sin embargo, estamos sujetos a contradicciones que nos llaman la atención.

Somos testigos de guerras, de desigualdades sociales y económicas, del racismo, y un largo etcétera … El contraste resulta asombroso cuando gente, que “dice ser culta y progresista, acude a las cartas del Tarot, o al hechicero de turno, para que le augure un buen futuro. Podríamos asegurar que hay una cierta “esquizofrenia” colectiva, en la que resulta muy fácil imaginar un mundo perfecto, y vivir otro muy distinto.

Hemos olvidado que Cristo es el Señor de la Historia, y que la autoridad de Dios no es un capricho de la divinidad, sino una evidencia de la necesidad del ser humano por descubrir en su interior la imagen de su Creador.

La justicia, la libertad, la reconciliación, etc., no son producto del “evolucionismo”, sino de la intervención de Dios en el corazón del hombre. De esta manera, ya no buscaríamos imponer nuestro criterio o interés a costa de “penalizar” a otros, sino de cómo deberíamos adecuar nuestros actos con la voluntad de Dios … Mientras el mundo apela al “destino”, los cristianos confiamos en la Providencia.

“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”. Los discípulos han vivido con intensidad esos días posteriores a la Resurrección del Señor. Algunos han preguntado cuál sería el destino de su Maestro, y si ellos podrían acompañarlo: “No sabemos a dónde vas?”. Ante el desconcierto de algo inesperado, también nosotros podemos quedar perplejos, sin saber cómo actuar. Esos “hombres vestidos de blanco”, que increparon a los “espectadores” de la Ascensión del Señor, también están muy cerca de nosotros (un dolor de muelas, un consejo de un buen amigo, una enfermedad inesperada, un buen rato de oración…), recordándonos que el don del Espíritu Santo no sólo consiste en una celebración donde recibimos el sacramento de la Confirmación, sino que es la fuerza de la gracia, grabada a fuego en el alma, que nos da la capacidad de ser testigos de Jesús en cada momento.

“Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”. La Virgen María reconoció el tiempo de Dios como el verdadero destino del ser humano … del tuyo y del mío … a participar de la Ascensión de Jesús a los Cielos en cada día de nuestra vida.