Jueves 27-5-2021, Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote (Mc 14,12.22-25)

«Jesús tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio». En la Última Cena, Jesús no celebró una cena pascual cualquiera, ni una mera comida de despedida con los suyos. Mientras comían –como nos narra el Evangelio– realizó cuatro gestos que se les quedaron grabados a los apóstoles en lo más profundo de su corazón. Tanto, que son el origen de nuestra celebración de la Eucaristía. Desde los tiempos apostólicos, y durante dos milenios, la Iglesia ha seguido haciendo fielmente lo mismo que hizo el Señor aquella noche: tomar el pan, pronunciar la bendición, partirlo y darlo a los hombres. Por eso, cada vez que el sacerdote celebra la Eucaristía, no es él quien obra, sino el mismo Cristo. Es Cristo el verdadero y único Sacerdote, que actúa a través de los labios, las manos, la persona del sacerdote. Esta fiesta que hoy celebramos nos recuerda, en primer lugar, que en cada Misa es Cristo mismo quien –como en aquella primera Eucaristía– toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y nos lo da como alimento espiritual, como manjar de ángeles, como medicina de inmortalidad.

«Tomad, esto es mi cuerpo». Sólo la palabra de Cristo –verdadero Dios– es capaz de hacer lo que dice. Y aquel que lo creó todo de la nada puede hacer que un pedazo de pan se convierta en su Cuerpo, y un poco de vino en su Sangre. Sólo Dios tiene autoridad suficiente para obrar tan gran milagro. Evidentemente, la palabra de un hombre no puede por sí misma hacer nada parecido… y sin embargo, por las palabras del sacerdote se realiza en cada Misa la transubstanciación. Un hombre, humano como nosotros, pronuncia de nuevo esas palabras y lo que era un simple pan se convierte en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo que todos adoramos y comulgamos. ¿Cómo puede suceder eso? Porque la identidad más profunda del sacerdote es ser Cristo mismo y hacerle presente en medio de su pueblo. Por eso, esta fiesta nos lleva también a agradecer a Dios el don del sacerdocio. Porque por medio de sus sacerdotes sigue obrando en el mundo, santificando, evangelizando y pastoreando a su pueblo. ¡Gracias, Señor, por tus sacerdotes!

«Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos». Si los sacerdotes son la presencia sacramental de Cristo, su ministerio y vida debe reflejar aquí y ahora la caridad del Buen Pastor, que dio su vida por las ovejas. No debemos olvidar que el Cuerpo de Cristo es su cuerpo entregado; y su Sangre es la sangre derramada por amor a todos los hombres. Este es el “programa” de vida de los sacerdotes. Así, en tercer lugar, esta fiesta se convierte en una petición por la santidad de los sacerdotes. Le pedimos al Señor que la vida de los sacerdotes sea fiel reflejo de aquel Sacrificio que cada día celebran en el altar. Hoy, la Iglesia entera pide por sus ministros, para que sea verdad lo que se dice en el Prefacio de la Misa de hoy: «Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darle así testimonio constante de fidelidad y amor».