Sábado 29-5-2021, VIII del Tiempo Ordinario (Mc 11,27-33)

«Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto». Cualquiera diría que Jesús era gallego, porque contesta a la pregunta de los sumos ancianos y escribas con otra pregunta, como si quisiera esquivar su respuesta. Y, además, la pregunta de los dirigentes religiosos era completamente legítima. Jesús había realizado un gesto profético, expulsando a los vendedores y cambistas del Templo. De ese modo, había impedido que el culto diario al Señor se llevara a cabo como siempre se había hecho. Pues para cumplir las leyes relativas a los sacrificios eran necesarios animales puros; y para comprar esos animales destinados al sacrificio era preciso utilizar dinero propio del Templo. ¿Acaso no quería Dios que se le ofreciesen sacrificios? ¿No se lo había mandado Él mismo a Moisés en la Ley? ¿Con qué autoridad, entonces, Jesús se dispone a cambiar el culto y los sacrificios? Pues sólo la autoridad misma de Dios podría cambiar las disposiciones que el propio Dios había dado a los hombres.

«Si decimos que es del cielo, dirá: “¿Y por qué no le habéis creído?” ¿Pero cómo vamos a decir que es de los hombres?». El razonamiento de los sacerdotes y escribas es verdaderamente mezquino. A ellos no les importa en absoluto si Juan el Bautista venía de parte de Dios o de los hombres. Sólo les interesa su propio beneficio. Su conciencia está tan adormecida, sus bolsillos tan llenos y su razón tan ofuscada que no son capaces ni de actuar con coherencia. Al intentar contentar a todo el mundo –para así obtener el mayor beneficio posible– acaban acusándose a sí mismos. Jesús les pone en evidencia propia mentira: no les importa para nada Dios, ni siquiera su propia conciencia, sino sólo su ganancia. Así, se muestran incapaces de responder a la pregunta del Señor. «Y respondieron a Jesús: “No sabemos”». ¡Claro que lo sabían! Para ellos, el bautismo de Juan era de los hombres, porque no le habían creído. Pero prefieren no responder para no ofender a nadie. Su mediocridad queda patente. Quizá no encontremos mejor ejemplo de lo que supone querer siempre decir lo “políticamente correcto”, sin comprometerse nunca.

«Jesús replicó: “Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto”». Al sacar a la luz su hipocresía y falsedad, Cristo demuestra que no tiene necesidad de contestarles. Porque no hay más ciego que el que no quiere ver… En verdad, no tiene sentido discutir con alguien que está de primeras cerrado a buscar, encontrar y adherirse a la verdad. Por eso es imposible que la Verdad –que no es otra cosa que Cristo mismo– conquiste corazones tan satisfechos, tan llenos de sí mismos. En el fondo, cuando tenemos todo resuelto, cuando tenemos un mundo hecho a nuestra medida, cuando estamos tan satisfechos de nosotros mismos, nos sobra Dios. Dios sólo incordia, molesta, inquieta. Pídele hoy al Señor un corazón puro, un oído abierto a su Voz, un espíritu desprendido para responder a la llamada de Dios.