Terminamos el mes de la Virgen, el mes de mayo, con la fiesta de la Visitación, y, cuando me paraba a hilvanar estas palabras, me venía a la mente lo distinto que es nuestro mundo, del mundo del Evangelio. Vemos en esta celebración de la Virgen que, recibida la buena nueva de su preñez, se pone en camino para servir a su prima de mayor edad y también en estado de buena esperanza. María se entretiene poco en su estado, o en su embarazo portentoso, o en regodearse de la nueva que ha recibido, al fin y acabo no hay acontecimiento más exclusivo que la visita del ángel. Todo le da igual, nada de lo suyo le inquieta, María se pone al servicio de quien puede estar más necesitada que ella, de quien con seguridad la necesita… tan distinto a nuestro mundo, tan distinto a nuestras reacciones, tan distinto…

Por eso he titulado esta reflexión no te vayas María, porque uno sigue sintiéndose necesitado de tus auxilios, uno sigue necesitado de tu asistencia, uno sigue necesitando tu ayuda pues en el parto espiritual de una vida cristiana adulta todos somos como Isabel, primos ancianos a los que el Señor bendice inesperadamente, contra toda esperanza. Porque tras las flores espirituales que este mes te hemos ofrecido Maria, sabemos que nuestro ramo está incompleto, a veces, cómo no reconocerlo, algo marchito.

¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?, con esas palabras te recibía Isabel, menos mal que estás María oculta en mi cotidianidad, la Madre oculta que hace funcionar todo con discreción, a la que nadie hecha de menos pero cuya falta deja un vacío sordo, menos mal que yo no tengo que recibirte, porque eso supondría que en algún momento has estado lejos, que tu manto no me ha cubierto, que no has recogido mis lágrimas… menos mal María que no te has ido nunca, menos mal María que no te vas, menos mal María que me muestras siempre el camino al cielo, tu Hijo, Jesús.

Déjame pedirte María que me esperes sentada en la mesa de la cocina, que me esperes con ojos ansiosos que otean el horizonte, cuando intrépido recorra los caminos de la vida que no me llevan al Reino, espérame María con esa sonrisa que sólo tu sabes poner, y que el deseo que san Bernardo recoge en el Acordaos siga siendo actual para tus hijos, que nunca, nunca se escuche, que aquel que ha acudido a vuestra divina gracia sea abandonado de Vos. Y que le gozo del encuentro que el Evangelio de hoy nos regala, sea el pálido reflejo del futuro de felicidad que en tu compañía, en compañía de tu Hijo estamos llamados a vivir.