Santos: Carlos Lwanga y sus compañeros mártires de Uganda; Cecilio, David, Lifardo, Alberto, Atanasio, confesores; Pergentino, Laurentino, Luciniano y los niños Claudio, Hipacio, Pablo y Dionisio, mártires; Hilario, Adalberto, obispos; Isaac, monje; Paula, Olivia, vírgenes; Clotilde, reina; Juan Grande, Patrono de la Diócesis de Jerez (España); Juan XXIII, papa.

El marco es Uganda; forma parte del Vicariato del Nilo y tiene su centro misional de Santa María de Rubaga donde ha comenzado a ampliarse el número de los neófitos que se forman para el bautismo.

El rey es Mtesa. Al principio se mostró favorable a la predicación cristiana; luego cambió porque el comercio de esclavos se le iba de las manos y él tenía allí una buena participación. Le sucedió su hijo Muanga, amigo de los cristianos; se le complicaron las cosas por conspiraciones internas de las que se libró por los pelos y se rodeó de cristianos por razones de seguridad. El primer ministro, partícipe de la conjura abortada, y otros miembros del gobierno vieron mal este giro de la política real, sobre todo cuando se corren las voces de que un tal José Mñasa pudiera ser el próximo primer ministro. Se activaron las tramas y las conjuras que se culminaron con el apoyo de un nuevo factor inesperado originado en la religión mahometana.

Los jóvenes cristianos de la corte se vieron obligados a rechazar las infames provocaciones del rey que llegó a numerar entre sus privilegios reales satisfacer su lujuria con los pajes de la corte; les solicitaba para realizar actos contra la naturaleza. La persistente y firme negativa de aquellos cristianos fue el pretexto para la persecución.

En 1886 se publicó un edicto de persecución «contra todos aquellos que oran» en clara alusión a los cristianos.

Nunca se sabrá el número de los que murieron. Fueron muchos. Sí se sabe de los que estaban en ese momento al calor del palacio real y, por su martirio, se llegó a conocer la persecución.

Un grupo fue martirizado el día 3 de junio de 1886. Fueron trece varones comprendidos entre los trece y los treinta años. Casi todos formaban parte del personal de confianza de la corte, la mayor parte eran pajes. Carlos Lwuanga tenía 21 años, el favorito del rey, y a quien se le encargaban los asuntos más delicados; por rechazar con firmeza las proposiciones del rey, Muanga lo destituyó y lo metió en el calabozo, que finalizó con el martirio. Otro mártir fue el hijo de Mkadianda –el principal y más cruel verdugo– que se llamaba Mbaga Tuzindé; solo era un catecúmeno de dieciséis años a quien su padre visitaba diariamente en la cárcel para arrancarle la promesa de «no orar más en adelante»; estuvo dispuesto a perder todo antes que abjurar; lo bautizó Carlos Lwuanga en la prisión nada más conocerse su condena a muerte; el único favor que pudo conseguir su padre fue que le dieran un golpe en la cabeza para que no sufriera con el fuego. Se sabe también del martirio de Mgagga y Gyavira, de dieciséis y diecisiete años, respectivamente, bautizados también por Carlos en el calabozo. Santiago Buzabailao se llamaba otro, y Kizito que con solo trece años dio la nota de energía y decisión animando a todos y tomando la iniciativa de sugerir que se dieran la mano cuando fueran llevados al martirio para ayudarse mutuamente si alguno desfallecía. Mukasa Kiriwanu ni siquiera recibió el bautismo de agua; era un paje más que, cuando llevaban a sus compañeros al martirio, le preguntaron si era cristiano, dijo que sí y se unió al grupo de los mártires. Lucas Banabakintu, bautizado cuatro años atrás, confirmado y repetidas veces comulgado, no trabajaba en palacio, sí con un amo pagano; se presentó voluntariamente a su dueño y este lo entregó a los soldados; tenía treinta años. Algunos no pudieron llegar desde el calabozo a la colina Namugongo por desfallecer en el camino; a estos los atravesaron con lanzas; los que llegaron murieron quemados a fuego lento.

En el otro grupo solo eran nueve. Algunos habían sido compañeros de los jóvenes palaciegos. Otros, no; como Matías Kalemba Murumba, juez de cincuenta años que había recorrido el camino desde pagano a católico, pasando por mahometano y protestante; era un hombre de gran prestigio que abandonó su profesión por incompatibilidades con la fe y era un ciclón apostólico; murió cortado en pedazos: primero mutilaron sus manos, luego los pies, después le cercenaron carne de la espalda y la asaron ante sus ojos; lo vendaron para que durara más y lo abandonaron; a los tres días pidió agua a unos que cortaban cañas, pero murió sin que le ayudaran por miedo a las represalias del rey. Otro mártir se llamaba Andrés Kagwa; este se desvivió atendiendo a los apestados, bautizó a algunos de los moribundos y enterró a muchos; le cortaron la cabeza el 26 de mayo, cuando tenía treinta años. Juan María Iamari, o Muzei, era un anciano muy caritativo, prudente, que participaba en los bautizos y catequesis; rehusó huir; se presentó él mismo al rey, de ahí pasó a manos de su primer ministro quien lo ahogó en el estanque de su propia casa. ¿Más? Sí. José Mkasa Balikuddembé, antiguo ayuda de cámara del anterior rey y un tiempo también de Muanga; como hombre de confianza, había influido en la selección de los jóvenes del palacio, cooperó en su orientación cristiana y apoyó decididamente la resistencia de los jóvenes a las pretensiones impuras de Muanga; lo decapitaron en Mendo, pero antes pidió a los verdugos que le comunicasen al rey un último mensaje: que le perdonaba y que hiciera pronto penitencia por sus pecados.

África sabe mucho de mártires cristianos. Desde el mismísimo comienzo de la fe hubo sangre testimonial derramada con violencia en su tierra. Después vinieron las herejías, los vándalos y los mahometanos y arrasaron el continente volviendo a la antigua barbarie. Los mártires de hoy pertenecen al siglo xix. No fueron los últimos, en el siglo xx murieron otros más dejando sus vidas con testimonio de fidelidad. Solo hace falta que madure el juicio de la Iglesia. A los de hoy los canonizó el papa Pablo VI el 18 de octubre de 1964. Pero conviene dejar constancia de que, cuando en Occidente se consideraría una monstruosidad quemar a los sodomitas e invertidos –cada día se escuchan más las voces de gays y lesbianas que gritan por lo que llaman sus libertades y derechos–, hoy se celebra en la Iglesia a quienes murieron en la hoguera justo por negarse al pecado nefando.