Comentario Pastoral


«VAMOS A LA OTRA ORILLA»

Normalmente en la vida todo tiene un punto de contraste: se valora la luz cuando hemos vivido en tinieblas; no se puede hablar de calor si antes no hemos pasado frío; sabemos lo que es el descanso si hemos trabajado.

Tenemos conciencia de que estamos en la ribera de «acá» cuando tenemos el contrapunto de la de «allá». Por eso es oportuno el recuerdo evangélico de hoy: «vamos a la otra orilla», nos dice Jesús a todos. Es necesario ir a la otra orilla, porque siempre nos quedamos en la de «acá», en nuestra propia ribera, en nuestra singular situación. Aunque sintamos miedo por la travesía del mar de la vida, tenemos que ir «allá». Es el bendito riesgo de la travesía de la fe.

Pienso que ser cristiano es ir a la otra orilla, pasar enfrente de nuestra situación cómoda, anclar nuestra barca en el polo opuesto de donde estamos. Porque vivimos en egoísmo, en intransigencia, en una afectividad falsa, en unas esperas sin horizontes. Es necesario pasar a esa paz, a esa caridad, a esa alegría, a esa entrega y comprensión que tenemos enfrente.

Quedarse acá es pecar. Ir a la otra orilla es alcanzar la plenitud de la gracia. Y es imprescindible soltar amarras, navegar, surcar aguas movedizas. Abandonar tierra firme y embarcarse en la travesía es saber vivir en medio de la inestabilidad constante, no estar seguro y balancearse, correr el riesgo no solo del mareo sino de ahogarnos. Pero Cristo va en nuestra barca, aparentemente dormido sobre un almohadón, mientras nosotros luchamos contra los vientos y las olas, que nos producen miedo y nos calan hasta dentro. Es duro luchar por mantenerse en pie, es difícil encontrar asideros para agarrarse y no caer al agua que pone fin a la vida. Cristo duerme en aparente despreocupación de las actividades, vaivenes y quehaceres humanos.

Si de lo profundo de nuestro corazón se escapa este grito: «¿no te importa que nos hundamos?», manifestamos que no podemos luchar solos, que nos vamos al fondo, que ya casi no tenemos esperanza. Entonces descubrimos desde la fe confiada que Cristo es Dios. Dejamos de ser cobardes. Y desaparece todo ruido y miedo. Y hay calma y bonanza en nuestra vida. Y volvemos a surcar aguas de tranquilidad viendo la otra orilla.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Job 38, 1. 8 11 Sal 106, 23- 24. 25-26. 28-29. 30-31
Corintios 5, 14 17 san Marcos 4, 35 40

 

de la Palabra a la Vida

Vivimos en un mundo en el que muchos preferirían ahogarse antes que pedir ayuda a Dios. Si bien es cierto que sigue habiendo gente que ante la proximidad de su muerte busca ponerse en paz con Dios, también lo es que muchos consideran que nadie les puede salvar y renuncian a la fe. No solo sucede así ante la muerte: cada día multitud de agobios, preocupaciones, desgracias, esperan de nosotros una reacción. O bien de desconfianza, haciendo «a nuestra manera», o creyente, confiando en Dios.

“¿Cómo es que no tenéis fe?” se pregunta el Señor, como asombrado. Tradicionalmente, se atribuye a san Pedro el relato de este pasaje del evangelio; san Pedro fue el que le contó a Marcos para su relato de milagros del Señor. Pero cualquiera de nosotros puede, alegóricamente, sentirse en aquella barca: en nuestra vida, en el momento en el que menos lo esperamos, se levanta una tempestad como las del lago de Galilea, en la vida laboral, en la familia, o en nuestra vida de fe. En algo que no nos gusta o que nos cuesta vivir… ¿y qué hacemos entonces?

Siempre mirar a Jesucristo. Que Él esté en la barca significa que la Vida está en la barca. La vida segura no está en tierra firme, no está en una mar en calma… la vida es segura donde está Cristo. ¿Buscamos a veces una paz, un bienestar, un placer, sin Dios? Eso es peor que la tormenta, es una «muerte dulce», sin darnos cuenta…

Miremos al evangelio de hoy: ¿qué hacen los expertos navegantes ante la tormenta? Los pescadores, incapaces de dominarla, tienen miedo, pero el miedo, lejos de hacerles elegir mal, les hace tomar la decisión correcta: avisar al Señor. El miedo nos tiene que servir en la vida para recordarnos la presencia de Dios: Dios está en la tormenta. La tormenta es prueba para el amor verdadero. Es ocasión para ver la perseverancia y fidelidad a Cristo. Los discípulos parecen tener poca fe y ser expertos navegantes, sin embargo no se fían de su pericia sino del Señor.

Frente a la tendencia a solucionar nuestros problemas a nuestra manera, con mi manejo, con mi forma de entender o de hacer, los discípulos, tan cobardes ellos, nos dan una lección importante: ¡que tiene menos fe el que en nombre de Cristo hace lo que quiere, que el que busca a Cristo para que sea lo que Cristo quiera!

Para los cristianos, esto se llama cruz. San Agustín explica que una barca como aquella significa siempre la cruz, pues la barca como la cruz está hecha de madera, y sobre la barca del evangelio, como sobre la cruz, duerme, descansa Cristo, y en su sueño no hay muerte, sino vida para los hombres. Quien va en su barca, quien quiera descansar sobre esa cruz, a pesar de la aparente tempestad, encuentra vida y seguridad. En medio del mar hostil flota la cruz de Cristo, que habla y da su paz a quien así le ve.

Aprovechemos las tempestades en nuestra vida para querer acercarnos más al Señor. En la tempestad, Dios no está lejos de nosotros, no deja de protegernos: En la medida en que queramos acercarnos a Él seremos protegidos, pero si guardamos las distancias limitándonos a lo obligado, lo justito, nos ahogaremos sin remedio.

Estamos ya a las puertas de un nuevo y deseado verano, que, especialmente misterioso aún por la pandemia, es una gran tempestad. Una gran tempestad que, por lo tanto, nos pide elegir entre hacer sólo lo obligado o querer descansar en la cruz. Nosotros elijamos ser de Jesucristo, porque el Señor, igual que en la primera lectura a Job, no se calla: nos habla desde la tormenta para que creamos en Él.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al hombre y la mujer. La alianza con Noé y con todos los seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el cual la tierra queda «maldita». Pero es a partir de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia humana, que se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente: por la fe del “padre de los creyentes” que acoge la bendición se inaugura la historia de la salvación.

Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Éxodo), el don de la Tierra prometida, la elección de David, la presencia de Dios en el templo, el exilio purificador y el retorno de un “pequeño resto”. La Ley, los Profetas y los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones divinas y responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de gracias.


(Catecismo de la Iglesia Católica, 1080-1081)

 

Para la Semana

Lunes 21:
San Luis Gonzaga, religioso. Memoria.

Gen 12,1-9. Abrahán marchó, como le había dicho el Señor.

Sal 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

Mt 7,1-5. Sácate primero la viga del ojo.
Martes 22:

Gen 13,2.5-18. No haya disputas entre nosotros dos, pues somos hermanos.

Sal 14. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

Mt 7,6.12-14. Lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo con ellos.
Miércoles 23:

Gen 15,1-12. 17-18. Abrhán creyó a Dios y le fue contado como justicia; y el Señor concertó alianza con él.

Sal 104. El Señor se acuerda de su alianza eternamente.

Mt 7,15-20. Por sus frutos los conoceréis.
Jueves 24:
Natividad de San Juan Bautista.Solemnidad.

Is 49,1-6. Te hago luz de las naciones.

Sal 138. Te doy gracias porque me has escogido portentosamente.

Hch 13,22-26. Juan predicó antes de que llegara Cristo.

Lc 1,57-66.80. Juan es su nombre.
Viernes 25:

Gen 17,1.9-10.15-22. Circuncidad a todos vuestros varones en señal de mi pacto. Sara te va a dar un hijo.

Sal 127. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.

Mt 8,1-4. Si quieres, puedes limpiarme.
Sábado 26:
San José María Escrivá de Balaguer, presbítero. Memoria.

Gen 18,1-5. ¿Hay algo difícil para Dios? Cuando vuelva a visitarte, Sara habrá tenido un hijo.

Sal: Lc 1,46-47.48-49.50.53.54-55. El Señor se acuerda de la misericordia.

Mt 8,5-17. Vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob.